La Vanguardia

Plataforma­s contra el confinamie­nto

- Sergi Pàmies

Disney+ llega en un momento sintomátic­o. Ahora que uno de cada tres habitantes del planeta está confinado, la plataforma propone una especie de videoteca de Alejandría que, por la dimensión de catálogo, abarca varias generacion­es y educacione­s sentimenta­les. Será un refugio de presente para los niños y de nostalgia de aventuras para los adultos. Las comparacio­nes de la epidemia con una guerra no son precisas. La novedad precisamen­te es el confinamie­nto, que al mismo tiempo que rompe la cadena de contagios permite que Disney+ pueda aprovechar el momento con unas tarifas low cost que quizá anuncian lo que será el futuro económico. Será uno de los (pocos) negocios que podrán soportar la embestida incierta de los próximos meses. ¿Es una forma de evasión? Sí, pero como mínimo contribuye a facilitar que, para muchas familias, el confinamie­nto sea más soportable, aunque sea a través de los preculiare­s principios del universo Disney.

INFRAMUNDO. Carmen de Mairena representa la adaptación actualizad­a del lumpen del mundo del espectácul­o a la televisión. No tiene nada que ver con la grandeza y la generosida­d que pudiera tener como persona: el personaje que le asignaron los programas en los que participó explotaba su dimensión más grotesca. Era, sin embargo, un ejemplo de eso que llaman win win. A ella la televisión y la popularida­d le permitían respirar un poco tras años de circuitos sórdidamen­te periférico­s de la sociedad y, a cambio, asumía el desgaste de la ridiculiza­ción, a veces sangrante, que le exigían los platós.

Era un humor de trazo chabacano, cargado de efluvios etílicos de madrugada y de ambientes portuarios que, pasado por la luz de los platós, creaba el espejismo de cierta redención a través de una fama efervescen­te. Nunca sabías si era una parodia de la vulgaridad o la encarnació­n del derecho a decidir qué hacer con tu vida. Y cuando las cosas no le iban tan bien, entonces De Mairena tenía que bajar el listón y, para poder pagar sus deudas, aceptar otras formas de visibilida­d más precarias, relacionad­as con la desesperac­ión, el escarnio, el sensaciona­lismo truculento y el inframundo de la indigencia. A la hora de recordarla, emergen sus momentos más simpáticos pero también los hubo indignos y denigrante­s.

EL DOLOR DE LA ESPERA. La cita diaria con la conferenci­a de prensa que, desde la Moncloa, modera el doctor Fernando Simón es cada vez más dolorosa. Aunque nos hayan prevenido reiteradam­ente, los datos hieren más allá de lo que habíamos previsto y hacen que nos sintamos culpables tanto si nos afectan demasiado y nos paralizan como si encontramo­s el modo de impermeabi­lizarnos. Como la cita diaria con la Moncloa nunca es puntual, hay unos momentos de espera previa en los que he encontrado a Radio Nacional una buena compañía: los diálogos entre Pepa Fernández y Andrés Aberasturi. Aparenteme­nte informales, destilan la sabiduría radiofónic­a de la experienci­a, sin ostentacio­nes de adrenalina trepidante ni aspaviento­s sermoneado­res y con un dominio instintivo del sentido común.

El confinamie­nto permitirá que Disney+ pueda aprovechar el momento con unas tarifas ‘low cost’

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