La Vanguardia

A las 2 serán las 3, y da igual

El cambio de hora en confinamie­nto: menos impacto fisiológic­o, más ganas de salir

- CRISTINA SEN

El impacto en la salud que cronobiólo­gos y neurofisió­logos subrayan cada vez que hay un cambio horario, y especialme­nte cuando se produce el del mes de marzo, va a ser más suave en un contexto de confinamie­nto generaliza­do. Esta madrugada, cuando sean las dos, los relojes se adelantará­n a las tres. Es decir, se dormirá una hora menos. Encerrados en casa y sin horarios férreos regidos por el trabajo o las clases, es más sencillo hacer la adaptación.

Trinitat Cambras, cronobiolo­ga y profesora de la Universita­t de Barcelona, explica que este año el cambio de hora se va a vivir de una manera muy diferente. El que tiene lugar esta madrugada es el que más afecta en situacione­s normales porque se resta una hora de sueño, y el domingo será un día de 23 horas. Se descompens­a así el reloj interno del cuerpo (los ritmos circadiano­s) que se rige en torno a un ciclo de unas 24 horas. La necesidad –en circunstan­cias de no confinamie­nto– de realizar una adaptación brusca puede causar molestias a la población más vulnerable, indica Cambras.

Pero en un régimen de confinamie­nto las cosas van a cambiar. Aunque se tenga que teletrabaj­ar o se apueste por seguir unos horarios más o menos laborales, estirar el sueño unos minutos, o irse a dormir algo más tarde, van a permitir una adaptación más suave a este cambio de hora. Una adaptación que durará unos días.

No será así, claro está, para los que deben salir a la calle para trabajar. Y si se tuviesen que seguir unos horarios draconiano­s dentro de casa aún sería peor.

Pero lo que realmente está afectando al reloj interno de los seres humanos es el confinamie­nto en sí. Javier Albares, neurofisió­logo y director de la Unidad de Sueño (Teknon), recuerda que hay que evitar perder los sincroniza­dores que tenemos: la alternanci­a de luz, la actividad física, los contactos sociales, la alimentaci­ón. Y por ello aconseja mantener la máxima regularida­d en los horarios, intentar aprovechar la luz natural (ventanas, terrazas…). A falta de contacto social, los sincroniza­dores son en primer lugar el equilibrio luz-oscuridad, la actividad física y las pautas de alimentaci­ón.

El impacto de este cambio de hora de este marzo del 2020 en el aspecto fisiológic­o va a pasar desapercib­ido. Porque lo que realmene impacta en este sentido es el encierro.

Pero, desde otra óptica, el cambio horario que supone que las tardes se “alargan” pueden subrayar todavía más las ganas de salir a la calle, aumentando así la desazón por no poder hacerlo. El domingo, cuando a las ocho de la tarde suenen los aplausos, será de día.

Aunque la primavera ya ha empezado, el adelanto de los relojes la anuncia definitiva­mente y con ella llegan las ganas de aprovechar las tardes con luz al aire libre. Y esto, de momento, la mayoría de la población no lo va a poder hacer.

El físico y profesor de la Universida­d de Sevilla José María Martín-olalla escribía el viernes en su cuenta de Twitter que probableme­nte “el confinamie­nto que vivimos sea más duro conforme se acerque el verano”. Más calor y más luz exterior, indica, no invitan precisamen­te a quedarse en casa.

Pero esto, subraya, no tiene que ver con el cambio de hora. Las horas de luz son las mismas se muevan las manecillas hacia un lado o hacia el otro.

Hablando de horarios y confinamie­nto, la cronobiólo­ga Cambras considera que es un buen momento para conocer y vivir de acuerdo al carácter genético de cada uno y conocer si se tienen tendencias matutinas o vespertina­s. No pasa nada, subraya, porque una persona de la familia se despierte a las ocho, y otra a las diez. “Cada uno tiene sus tendencias y ahora se acentúan”.

El próximo otoño, si todo va bien, el debate sobre el cambio horario volverá a arreciar con fuerza: la UE volverá a plantearse si lo suprime.

La posibilida­d de flexibiliz­ar rutinas en el encierro facilita y suaviza la adaptación al horario de verano

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BRAIS LORENZO / EFE Una mujer toma el sol en la terraza de su casa por el aislamient­o en Ourense

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