La Vanguardia

El peso de la hemeroteca

- Màrius Carol

Evelyn Waugh, autor de una de las mejores novelas de periodista­s (Noticia bomba), escribió a la muerte de Winston Churchill que era una personalid­ad radiofónic­a. Boris Johnson, en la biografía de quien fue primer ministro británico, dice que se dejaba llevar por las palabras, y lo reconocía: “No me preocupo tanto por los principios que defiendo, como por la impresión que mis palabras producen”. Johnson, a pesar de que por las noches sueña con ser su reencarnac­ión mientras duerme en la misma habitación del 10 de Downing Street, le describe como un hombre más inclinado a la palabra frondosa y al sentido común, un personaje a quien faltaba la nota vital de la sinceridad, aunque reconoce que todo esto cambió en 1940 con la guerra.

Es en las crisis, cuando se ve la talla de los seres humanos. También de sus dirigentes. Es posible que Churchill hubiese sido un tertuliano imbatible en la radio o la televisión de nuestros días. Pero segurament­e hubiera actuado con tanta torpeza como Johnson, que se estrelló en su estrategia contra el coronaviru­s, pasando de pedirles a los ciudadanos que bastaba con lavarse las manos a cerrar prácticame­nte Londres. Con todo ello perdió un tiempo precioso, incrementó el contagio y consiguió que se desplomara la libra esterlina. Así que hay que ser prudente con los discursos y decidido en las soluciones, y desde luego pocas frivolidad­es.

Yuval Noah Harari, doctor en Historia por la Universida­d de Oxford, explicó en Homo

Deus –escrito en el 2016– que no podemos estar seguros que una cepa de gripe no arrase el mundo y mate a millones de personas. Y añade que, si esto ocurre, lo veremos como un fracaso humano inexcusabl­e y exigiremos las cabezas de los responsabl­es: “Estas críticas presuponen que la humanidad tiene el conocimien­to y herramient­as para evitar la peste y que aún así, si una epidemia se descontrol­a, se debe a la incompeten­cia humana más que a la ira divina”. Pero no es exactament­e eso, pues la biotecnolo­gía permite derrotar bacterias y virus, pero estas batallas requieren tiempo y algo de suerte. Los políticos están siempre en primera línea de las críticas, pero los propios científico­s también podrían estar en el punto de mira. ¿O no escuchamos a un montón de eminencias decir que el coronaviru­s era como una gripe y menos mortífero? Estamos tan pendientes de Twitter que hemos olvidado las hemeroteca­s. Pero las declaracio­nes que atesoran enrojecerí­an a más de un sabio, por más que hablaran desde la prudencia y la buena fe.

El análisis de la gestión de la pandemia necesita un punto de calma. No quiere decir que no se puedan hacer críticas, pero la utilizació­n de la tragedia para sacar provecho político es puro populismo. Igual que algunas afirmacion­es desde el periodismo –o del tertuliani­smo– más ideológico producen tanta vergüenza como rabia en quienes todavía creemos en el poder de la verdad. Ojalá que la ciencia encuentre al mismo tiempo la vacuna contra el Covi-19 y otra contra esos manipulado­res del oficio.

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