La Vanguardia

La lista de Sugihara

El cónsul nipón en Lituania que salvó a más de 2.000 personas ha sido por fin reconocido en su país

- ISMAEL ARANA Tokio. Correspons­al

Nada más acceder al modesto Sempo Museum, inaugurado hace justo un año en pleno centro tokiota, el visitante se da de bruces con la particular lista de Sugihara. A lo largo de sus 29 columnas, por estricto orden alfabético, aparecen enumeradas seis personas de apellido Berkowizc, otros nueve Goldberg, cuatro Klinger, nueve más Rabinowicz, diez Szapiro... Así, hasta alrededor de 2.000, la inmensa mayoría de ellos judíos a los que el cónsul japonés en Lituania, Chiune Sugihara, salvó la vida en los inicios de la II Guerra Mundial a costa de echar por la borda su prometedor­a carrera diplomátic­a.

Al contrario de lo que sucede con el empresario alemán Oskar Schindler, autor de la famosa lista que libró de la muerte a más de 1.200 judíos y disidentes del nazismo, la gesta de Sugihara apenas es conocida por el gran público, ni siquiera en su Japón natal. Por eso, este museo busca reivindica­r su figura con fotos, documentos y objetos personales con los que testimonia­r aquel momento histórico y demostrar que “la humanidad y la compasión son lo primero”, tal y como decía Chiune Sugihara.

Nacido en el año 1900 en Mugi, en la prefectura de Gifu, Chiune fue el segundo de seis hijos de una familia acomodada. Su padre estaba empecinado en que fuera doctor y consiguió que pudiera presentars­e al examen de acceso a la carrera de Medicina. Pero él quería estudiar lenguas, por lo que se negó a cumplir con el mandato paterno y dejó la prueba en blanco. Tras estudiar literatura inglesa, aprobó en 1919 el examen de aptitud del Ministerio de Asuntos Exteriores. Fue asignado a Harbin, entonces parte de Manchuria (bajo control japonés), donde también estudió ruso y alemán. Después de un periodo en la legación japonesa en Helsinki (Finlandia), fue transferid­o en agosto de 1939 a Kaunas (Lituania). Pese a la ausencia de nacionales nipones, aquella ciudad era un lugar propicio para recabar informació­n sobre la Alemania hitleriana, aliada del imperio japonés, y de la Unión Soviética, con la que los nipones mantenían tensas relaciones.

Con la invasión nazi de Polonia en septiembre de 1939 y su posterior reparto entre alemanes y soviéticos, miles de judíos huyeron hacia la vecina Lituania en busca de refugio. Pero su situación –y la de los judíos locales– se complicó cuando las tropas de Stalin ocuparon el 15 de junio de 1940 la pequeña nación báltica. A partir de ese momento, decenas de ellos comenzaron a congregars­e frente a su residencia para solicitarl­e un visado con el que abandonar el país rumbo a Oriente.

En aquellos momentos, Tokio tan solo admitía a los que estuvieran de paso para ir a un tercer país, y los requisitos para lograr la autorizaci­ón eran tan estrictos que casi nadie los cumplía. Aun así, el cónsul nipón hizo oídos sordos a las exigencias de su ministerio. Con la ayuda del cónsul holandés, Jan Zwartendij­k, que selló los permisos de entrada para las islas de Curaçao y la Guayana holandesa, Sugihara firmó durante las seis semanas siguientes 2.139 visados de tránsito antes de tener que cerrar su oficina.

Con el documento en la mano, los beneficiad­os podían abandonar Lituania y, tras cruzar Rusia en el Transiberi­ano, pasar en barco hasta Japón. Pese a que se supone que debían continuar su ruta a las colonias holandesas, muchos permanecie­ron en tierras niponas durante la guerra y otros fueron a Shanghái, ciudad con una importante comunidad judía en aquella época. Se cree que entre 6.000 y 10.000 personas se beneficiar­on de su actuación dado que cada visado era válido para una familia entera.

A su vuelta a Tokio, el Ministerio de Exteriores le pidió que renunciara a su cargo. Durante 16 años se dedicó a los negocios en Rusia y, tras jubilarse, volvió a Japón, donde murió en 1986. Un año antes, Israel le concedió el título de Justo entre las Naciones, el máximo honor reservado para los gentiles que prestaron ayuda a las víctimas del Holocausto.

Tras años de silencio, su figura ha sido poco a poco reivindica­da. En el año 2000, el Gobierno reconoció sus méritos y colocó una placa en su honor. Los anteriores emperadore­s, Akihito y Michiko, visitaron en el 2007 el monumento erigido en su honor en Lituania. En el 2018 el primer ministro, Shinzo Abe, acudió al antiguo consulado donde trabajó Sugihara. “Estamos realmente orgullosos de él”, dijo. Este año estaba previsto que Lituania conmemorar­a el año de Chiune Sugihara, que incluía actividade­s culturales y educativas, una conferenci­a internacio­nal y una exposición, pero está por ver si el coronaviru­s permite que salga adelante.

El diplomátic­o se saltó las normas del gobierno y en seis semanas firmó 2.139 visados de tránsito para familias enteras

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KAORU TACHIBANA / AFP
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“... Y buen viaje”. El memorial dedicado a Chiune Sugihara inaugurado en el 2018 en la escuela de Nagoya donde estudió secundaria. Las estatuas representa­n el momento en que el cónsul entrega un visado a una familia.

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