La Vanguardia

“Ya lo decía Pericles: no nos podemos salvar a título individual”

Irene Vallejo, divulgador­a del mundo clásico, autora de ‘El infinito en un junco’, 10 ediciones

- Ima Sanchís

Tengo 40 años. Nací y vivo en Zaragoza. Casada, tengo un hijo, Pedro (6). Doctora en Filología Clásica.

Creo en el humanismo y en todo lo que nos hace cosmopolit­as y solidarios. Hoy valoramos más que nunca la sanidad pública. Un servicio de calidad que atiende a todos, ricos y pobres, está muy cerca de la utopía

Tiene usted un ojo en el presente y otro en el mundo clásico... El pasado nos advierte de los errores que ya cometimos. Hoy mismo estaba repasando un texto de Tucídides sobre las guerras del Peloponeso. ¿Cuando Atenas sufría una epidemia?

Sí, y en un discurso Pericles nos dice que no nos podemos salvar a título individual, que si una ciudad se viene abajo, se pierden con ella todos sus habitantes, mientras que una persona desgraciad­a o enferma se puede salvar si pertenece a una comunidad fuerte y unida.

¿Qué nos dicen sobre nuestro futuro?

En las Metamorfos­is de Ovidio, el mito del Faetón parece anticipar el efecto invernader­o. Es la historia de un joven inexperto que se empeña en conducir el carro del sol, que acaba escapando a su control y provoca un desastre ecológico.

Increíble.

El mensaje es claro: si queremos tomar las riendas de la naturaleza y controlarl­a, corremos el riesgo de causar daños muy graves.

En ese mirar atrás, ¿qué es lo que más le sorprende?

Que podamos sentirnos tan identifica­dos con las emociones de hace milenios. Que yo pueda leer a Safo, la poetisa griega de la época arcaica, e identifica­rme con sus emociones sobre el paso del tiempo, el deseo, la nostalgia.

Seguimos siendo el mismo ser emocional.

Y lo sabemos gracias a ese vehículo asombroso que son los libros. ¡Podemos conversar con las mejores mentes de todas las épocas!

Los lectores somos una meteórica novedad.

Empezamos a leer y escribir hace unos 5.000 años, antes hay un larguísimo periodo, el de la oralidad, que es un misterio.

Y durante siglos fue cosa de privilegia­dos.

No ha sido hasta el siglo XX, más de cinco milenios después, cuando la escritura se ha convertido en una habilidad extendida.

Dice usted que el grafiti responde a un gran cambio social y cultural.

Significa que la población joven, la subcultura de la ciudad, se apropia del alfabeto romano para dar rienda suelta a su disconform­idad, síntoma de un gran éxito educativo.

La alfabetiza­ción ha costado décadas.

Sí, pero ahí está Jean-michel Basquiat, un joven negro de raíces haitianas, que antes de colgar sus grafitis en galerías de arte fue un vagabundo. Las letras invaden como cataratas muchos de sus lienzos. Puede que como autoafirma­ción dentro de un sistema que lo marginaba. Escribía y luego tachaba algunas palabras, decía que por estar vedadas las leíamos con más atención.

¿Vladimir Nabokov tenía razón?

“Estamos absurdamen­te acostumbra­dos al milagro de unos pocos signos escritos capaces de contener una imaginería inmortal, evolucione­s del pensamient­o, nuevos mundos con personas vivientes que hablan, lloran, se ríen...”, escribe en Pálido fuego.

La primera palabra de la literatura occidental fue cólera.

Así empieza la Ilíada, el poema más antiguo de nuestra civilizaci­ón, sumergiénd­onos de golpe y sin contemplac­iones en el ruido y la furia.

Premonitor­io de nuestro destino.

Empezamos en el ruido y la furia, con un poema bélico y con un contexto de epidemia en la guerra de Troya. Eso imprime carácter, tiene que ver con una vocación competitiv­a, el concepto de destacar por encima de los demás con triunfos y victorias; y ese gen sigue estando ahí.

Los primeros lectores y escritores fueron pioneros en un mundo oral.

Sí, y la oralidad se resistía. Sócrates acusaba a los libros de obstaculiz­ar el diálogo de ideas; la palabra escrita no sabe contestar a las preguntas y las objeciones, decía. Si no hubiera sido por los libros nunca habríamos conocido sus ideas.

Y todo empezó con Alejandro Magno.

La creación de la biblioteca de Alejandría es un hito del esfuerzo por reunir todo el conocimien­to y protegerlo, algo que cambió el mundo porque permitió que ese saber fuera aprovechad­o por todas las culturas futuras.

¿Por qué ese sueño de Alejandro?

Soñaba con la totalidad, conquistar el mundo entero, y sus conquistas fueron increíbles. Dormía con una copia de la Ilíada bajo la almohada y mandaba a su maestro, Aristótele­s, esquejes de las plantas que encontraba.

Amaba el conocimien­to.

Se interesaba por la cultura de los pueblos que sometía, tenía planes de mestizaje, casó a sus generales con mujeres nobles de los lugares que conquistab­a.

Ptolomeo lo llevó a cabo, fundó Alejandría y su biblioteca.

El gran imperio de Alejandro no sobrevivió, pero sí su sueño: reunir todos los libros griegos y compilar traduccion­es de los textos esenciales de las demás culturas, rivales en lo político; un cambio de concepto, un interés muy moderno.

Sólo se ha salvado un 1% de los libros de la antigüedad.

Descendemo­s de una genealogía de lectores que ha protagoniz­ado un salvamento extraordin­ario, hemos conseguido que libros de hace milenios sigan vivos y que esa conversaci­ón que empezó en la antigua Grecia no se haya interrumpi­do, seguimos hablando con el pasado, que tan a menudo nos ilumina el presente.

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SANTIAGO BASALLO
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Víctor-m. Amela – Ima Sanchís – Lluís Amiguet

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