La Vanguardia

Viernes, 20 de marzo Siento una debilidad por Los Machucambo­s desde que los vi actuar por primera vez en el Casino de Interlaken

Un repaso a la discografí­a de casa y a las canciones más rumberas que durante estos días de confinamie­nto nos hagan mover el cuerpo

- JOAN DE SAGARRA

Llegó la primavera y me pilla confinado en casa. No tengo perro que sacar a pasear, pero tengo un montón de libros, películas y discos. Y botellas de whiskey, de ron, de tequila, de vodka, de ginebra, de Armagnac, de Calvados… No veo la tele, apenas escucho la radio –sólo las noticias–; tengo un ordenador pero no sé cómo funciona –una vez a la semana viene Gemma a picar los artículos que le dicto y los manda a La Vanguardia–. No tengo móvil, pero sí teléfono. Entonces, ¿de qué puedo hablarles, de qué puede entretener­les una persona que se siente débil y molesta sin sus amigos, sin la terraza del aperitivo diario, y encima ofendida por las declaracio­nes de algunos “políticos” y defraudada por esa Unión Europea en la cual creía y resulta ser que no estaba tan unida como era de esperar ni preparada para hacer frente, unida, a la pandemia que nos azota?

Podría hablarles de las pelis que me pongo, una cada día después de almorzar. De La vida secreta de Walter Mitty (1947) a Gunga Din (1939), pasando por Round midnight (1986) y Scarface (1932). Me agradaría hablarles de Round midnight, la peli de Bertrand Tavernier, mezclando el cine con el jazz, con Lester Young, como cuando era un chaval, un chaval del Jubilee Jazz Club y me pasaba las noches en el Jamboree de la plaza Reial soñando con que aquella noche, aquella, me acostaba con Gloria Steward. Pero eso ya lo hacía el amigo José Luis Guarner (e.p.d.) y lo hacía infinitame­nte mejor que yo.

Podría hablarles de los discos que me pongo, pero se llevarían una sorpresa y un desengaño. Porque no suelo ponerme aquel disco de Charles Trenet, de Édith Piaf o de cualquier otro monstruo de la chanson francesa que era de esperar en un muchacho que se crió con esas canciones, que conoció a gran parte de esos monstruos –y disfrutó de la amistad, de la complicida­d de algunos de ellos– y lleva más de cincuenta años hablando de ellos y de sus canciones en sus artículos. No, sólo faltaría que además del obligado confinamie­nto en mi pisito de la derecha del Eixample se me ocurriese masturbarm­e con Ne me quitte pas o con Tout va très bien, madame la marquise… Tampoco me pongo discos de mis queridos Ovidi (Montllor), Pau (Riba), Jaume (Sisa) y algún que otro miembro de la vieja nova cançó. Aunque el Taxi, porta’m al cel…, del amigo Pau, no sería de despreciar en el caso de que existiese algún cielo o, no se ofendan, si yo creyese en él.

No, la única música que me pongo es muy distinta. La suelo poner cuando me tomo el aperitivo –un negroni, un whiskey sour o un Zelda (en homenaje a la esposa de Scott Fitzgerald: 6/10 de tequila, 4/10 de zumo de limón y 2 gotas de pili-pili, es decir, pimientos macerados en vodka)–, aperitivo que suelo preparar yo mismo –¿quién, si no, si estoy más solo que una rata?– y que me tomo antes de almorzar. ¿Qué música, qué discos me pongo? Pues Xavier Cugat and his Orchestra, con Bing Crosby cantando Siboney, con Miguelito Valdés cantando Babalú y Frank Sinatra cantando Stars in your eyes .O Amor y cha cha cha (Verano Caliente) con Patricia

(Pérez Prado), Me lo dijo Adela (Xavier Cugat) o La Cucaracha (Lecuona Cuban Boys). Vamos, música cachonda que ligue con el tequila y me haga mover el cuerpo. Pero mi preferido es un disco de Los Machucambo­s, una selección de títulos en dos CD (1995): de Pepito a El otorrinola­ringólogo pasando por Acércate más y de La raspa a Cielito lindo, pasando por Cucurucucú.

Siento una debilidad por Los Machucambo­s desde que los vi actuar por primera vez en el Casino de Interlaken, hace muchos, muchos años. Yo me había tomado unas copas y cuando ellas cantaban Cuando calienta el sol, yo, sentado

con unos amigos muy cerca de la orquesta, me puse a corear sus palabras. Y les caí simpático, porque me preguntaro­n de dónde era y yo les dije que español, de Barcelona, y me invitaron a cantar con ellos. Y así debuté yo en el Casino de Interlaken cantando Moliendo café con Los Machucambo­s. Pero, mejor no, vamos a dejarnos de discos, vamos a olvidarnos de Los Machucambo­s que lo mismo me pongo sentimenta­l y lo estropeamo­s todo.

Nos quedan los libros, que vienen a ser de lo que más suelo hablarles en este suplemento. Yo, más que leer, releo. Siempre hay una novela que releer. El rojo y el negro, sin ir más lejos. O Si te dicen que caí. Pero no, el libro que yo he elegido para leer, releer, durante el confinamie­nto, es el libro de un periodista de raza, uno de los mejores periodista­s del pasado siglo. Me refiero al Bloc de notes de François Mauriac (1885-1970). ¿Por qué? Otro día se lo cuento. |

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ARCHIVO Entrada del Jamboree en una imagen de los años sesenta
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