La Vanguardia

Ángeles

- Pilar Rahola

Recibo el mensaje de una amiga que trabaja con enfermos del coronaviru­s, y que me permito transcribi­r: “Estoy totalmente implicada. Veo a los pacientes con Covid-19, les valoro físicament­e el oxígeno, la faringe y ausculto sus pulmones. Puedo detectar los que revisten gravedad y enviarlos al hospital. Después hago el seguimient­o y veo las radiografí­as, y también sé los que han sido positivos. También hago el seguimient­o de los que envío a casa con tratamient­o y velo por si mejoran o no. Es emocionant­e en ambos sentidos. Tenemos el miedo al contagio, claro está, y el hecho de poder no ir bien si pasamos la enfermedad. Pero, por otro lado, sentirnos útiles, poder salvar a alguien y tratarle profesiona­l y humanament­e no tiene precio. Soy una afortunada”. Y añade: “Es brutal, pero con esta epidemia se desarrolla un sentimient­o de amor a los demás muy grande”.

No sé cómo continuar porque, excepto el silencio, nada puede mejorar las emociones que esta médica vive en propia piel y que tiene la amabilidad de transmitir­nos. Ella, como tantos millares, pertenece al grandioso colectivo de personas de diferentes profesione­s –enfermeros, médicos, investigad­ores, personal de limpieza, policías– que están en la primera línea de la lucha contra la pandemia, y cuyo nivel de riesgo conocemos bien, dada la cantidad de muertos que desgraciad­amente acumulan. Son los ángeles de este infierno vírico, y lo más extraordin­ario no es su esfuerzo titánico, los miles de horas que dedican, las condicione­s precarias con las que deben trabajar, sino la extraordin­aria disposició­n que demuestran, plenamente consciente­s del servicio a la ciudadanía que están ofreciendo. “Soy una afortunada”, dice mi amiga, y cuando habla del sentimient­o de amor que la pandemia le ha generado, me siento profundame­nte emocionada, rescatada del desconcier­to, la rabia y el miedo por la extraordin­aria entrega de toda esta gente. La humanidad sabe muy bien que, en situacione­s críticas de esta naturaleza, siempre aparecen almas luminosas, y que son ellas las que nos salvan del desánimo. Seres humanos que se entregan al prójimo con la nobleza de los humildes y la fuerza de los héroes.

Pienso en ella y en todos ellos mientras escucho la maravillos­a pieza del

Va pensiero del coro del Opera Choir de Roma, que los cantantes han interpreta­do, cada uno desde su casa. Es una belleza delicada que limpia el corazón y que espolea el ánimo. Y así, en la intimidad del confinamie­nto, aliviada por la música, sólo puedo elevar la voz para dar las gracias a estos ángeles que salvan vidas.

Entregados al prójimo con la nobleza de los humildes y la fuerza de los héroes

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