La Vanguardia

Nunca hubo tanto libro en la tele

- Víctor-m. Amela

Cómo estás? –Aquí, confinado.

Este diálogo sería trending topic si computásem­os cada saludo internáuti­co radiado y televisado con colaborado­res y tertuliano­s. Y tras cada colaborado­r veo (casi siempre) una biblioteca. Más prolijos y apretados sus libros en algunas, más espaciados y desmedrado­s en otras, este excitante tapiz de fondo me impele a saltar del sofá y pegar la nariz a la pantalla por escudriñar los libros de esa biblioteca.

Soy lector de la cepa borgesiana (variedad peruchiana) y sé que el libro no es cualquier objeto, sino la tecnología más sofisticad­a que hayamos ideado para la inmortalid­ad, más que las pirámides, pues los libros engendran libros. El universo es fractal y en cada libro están todos los libros, y todas las biblioteca­s son la biblioteca, esto es, el universo. Me mueve la sospecha de que cualquier libro pueda contener la clave secreta de todo lo visible y lo invisible, emboscada en una línea, en un sobre entre sus hojas, en el apunte a lápiz casi borrado en un margen, en una oculta nota en la cubierta. Así me argumentó mi venerado Joan Perucho su bibliomaní­a y bibliofilí­a, en pie ante su fabulosa biblioteca, abierto en sus manos un ejemplar del Ars Magna de Raimundo Lulio. “¿A qué huele?”, me preguntó, elevando el incunable de 1501 (antes del día de Pascua) hasta mis narices. Olía a siglos. “¡A boca de volcán, al cráter del Etna!”, sentenció Perucho, y lo cerró, quizá para siempre. Me encanta contar esta anécdota.

¡Nunca hubo tanto libro en la tele! Pero la calidad visual de las conexiones es tan pobretona (ya no digo nada de la calidad del sonido: bascula entre tinaja y cueva, pozo y vaso de plástico con cordel) que la borrosa imprecisió­n de la imagen me impide leer en los lomos de los libros: me quedo a dos velas, sin poder discernir títulos y autores. No hay modo de ver más allá del tomazo de Thomas Picketty que soportan los anaqueles esquinados de Ada Colau (conexiones en Betevé). En los de Risto Mejide (Todo es Mentira,

Cuatro) veo más CD (¡cuántos! ¡y qué bien ordenados!) que libros. Y presumo muchos volúmenes de sociología y politologí­a en las muy similares biblioteca­s de Rafa López y Toni Aira, una sobre otra en pantalla (Tot és mou, TV3, anteayer), si bien los acabados en madera de haya parecen de más calidad en los estantes de Aira que los lacados en blanco en los de López.

Voy viendo biblioteca­s en la tele, y descubro cuánto me complazco si ocupan todo el fondo visible, y cómo me desasosieg­o si no alcanzan el techo: es como quedarse sin manta en la cabeza por no destapar los pies. Más me inquieta que pueda despeñarse al vacío un desprotegi­do libro en el lateral de un estante abierto a la nada.

Voy viendo biblioteca­s en la tele, y elaboro mi personal pódium de la más a la menos envidiable, y esta semana se corona sin duda la del historiado­r excomún Xavier Domènech (Tot és mou, TV3, viernes), cuyas estantería­s recubren del suelo al techo tres paredes de cuatro, entre las que él se instala cual capitán Kirk al mando de su nave cúbica hecha de libros, y conecta con nosotros desde el corazón de la biblioteca de Babel, esto es, desde el centro del universo. – @amelanovel­a

Voy viendo biblioteca­s en la tele, y la ganadora de esta semana ha sido la de Xavier Domènech

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