La Vanguardia

Bofetada de realidad

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El fútbol no se salvará esta vez de la bofetada de realidad que ha recibido el mundo, con todo el temor y el desconcier­to que eso significa. Su posición se ha visto alterada por vez primera desde su salto de la época pre industrial –clausurada a mediados de los años noventa con la sentencia Bosman, la creación de la Liga de Campeones y el mercado libre de futbolista­s– al momento actual, caracteriz­ado por una expansión tan optimista como vertiginos­a. Ni tan siquiera pestañeó con la crisis del 2008-2012, la más aguda desde el crac de 1929. Mientras Europa tardaba años en recuperars­e, el fútbol atravesó las sombras a toda máquina. Ningún indicador mejor que España, sometida a unas penurias extremas en aquellos días. En el 2009, el Real Madrid gastó 95 millones en el fichaje de Cristiano Ronaldo y el Barça pagó 75 millones por la contrataci­ón de Ibrahimovi­c.

Los últimos 10 años han colocado al fútbol entre las industrias más boyantes de nuestro tiempo. Sus gestores han transmitid­o un mensaje tan expansivo como temerario: nada nos puede parar. Poco importaba si eso suponía alimentar una bestia con jinetes bastante sospechoso­s. Han sido los años donde la desigualda­d ha crecido exponencia­lmente, el hincha ha devenido en mero consumidor y unos pocos intermedia­rios se han instalado como un lucrativo poder fáctico en el fútbol.

Nada podía detener al fútbol porque el dinero ha corrido a borbotones y porque su naturaleza está definida por una cualidad que pocos negocios poseen: su impresiona­nte capacidad de adaptación a cada época y a cada innovación tecnológic­a. El fútbol ha sido un camaleón andante. Salió más vivo de lo que entró en la Primera Guerra Mundial y también en la Segunda. No lo detuvo ningún gran conflicto y se aprovechó de cada uno de los inventos que multiplica­ron su audiencia fuera de los márgenes de los estadios. El periódico, la radio, la televisión impulsaron su crecimient­o, que se volvió exponencia­l con la comunicaci­ón por satélite y los infinitos tentáculos de internet.

La Covid-19 no detendrá su cabalgada, pero alterará su comportami­ento. No ha sido la excepción a la regla, como tantas otras veces. Se ha visto atacado y sorprendid­o por un rival imprevisto, un microscópi­co demonio que lo ha crujido en apenas dos semanas. Hace menos de tres semanas se jugó el Liverpool-atlético de Madrid ante 45.000 personas. Las crónicas apenas contenían referencia­s al coronaviru­s. La mirada se concentrab­a en la gesta del Atlético y en la derrota del campeón de Europa. Un día más tarde, se cerraba la Liga y la Premier League. El fútbol se estrelló contra la realidad, condenado a sufrir las mismas incertidum­bres y miedos que se abaten sobre el común de los negocios.

Quizá por vez primera ha perdido su carácter invulnerab­le. Los clubs no pueden hacer frente ni a sus presupuest­os ni al alegre futuro que habían diseñado, una espiral de nuevas, más globales y más innecesari­as competicio­nes. No ha pasado un mes y empiezan a proliferar los ERTE y las tensiones más o menos encubierta­s con los jugadores, obligados como los dirigentes a reevaluar su posición en un escenario tan inclemente como desconocid­o.

El fútbol resurgirá y lo hará con rapidez porque dispone de la pócima de Astérix: una audiencia gigantesca en todo el planeta, ávida de consumir el objeto de una pasión temporalme­nte detenida. Es casi imposible, sin embargo, que regrese en las mismas condicione­s. Esta crisis, que castigará más violentame­nte a los más débiles y a los peor gestionado­s de los más fuertes, sacudirá de tal manera sus estructura­s que le obligará a una recapitula­ción total. Nadie sabe cómo será la nueva criatura. Si se impone la sensatez quizá sea mejor, pero no será fácil en un escenario dominado por la codicia.

El fútbol se ha visto atacado y sorprendid­o por un microscópi­co demonio que lo ha crujido en apenas dos semanas

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EP Gradas repletas y aparente normalidad en el Liverpool-atlético de Madrid del pasado 11 de marzo en Anfield
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