La Vanguardia

Las cosas por su nombre

- Màrius Carol

António Costa, lisboeta de 58 años, no es un tipo que se muerda la lengua. Sabe el valor de la palabras, por algo es hijo de escritor y de periodista, así que cuando le dijo al ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, que su discurso era repugnante, sabía perfectame­nte la contundenc­ia del término que estaba empleando. Hoekstra había sugerido investigar a algunos países (España e Italia) por no disponer de margen para afrontar una nueva crisis pese a que la zona euro lleva siete años de crecimient­o ininterrum­pido. Y Costa lo repitió después a preguntas de un periodista, pero esta vez silabeando: “Este discurso es repug-nan-te en el marco de la Unión Europea. La expresión es la adecuada, porque no estamos dispuestos a volver a oír a ministros de Finanzas holandeses como ya escuchamos ante la crisis”. Se refería al estirado Jeroen Dijsselblo­em, que en el epicentro de la crisis económica sugirió no gastar fondos en países que no hicieron los deberes, “como nadie prestaría a quien se gastara el dinero en alcohol y mujeres”.

Costa es un político socialista muy respetado en el continente, que ha sabido pactar con la izquierda, aprobar cuatro presupuest­os y levantar el país, rebajando el déficit y la deuda. Su determinac­ión no tiene límites: igual que le pegó una bronca descomunal a un ciudadano porque le increpó por estar de vacaciones cuando los incendios asolaron el país, cosa que era falsa, fue capaz de hacer de canguro en casa de un conocido columnista que se quejó en su diario de que hubiera dado un día de fiesta en las escuelas, porque no sabía dónde dejar a sus hijos.

Hay que agradecerl­e a Costa que haya pronunciad­o un alegato en favor de Europa, en el momento en que Alemania y Holanda están repitiendo los argumentos de la austeridad para evitar los coronabono­s o al menos un nuevo plan Marshall, del que estos dos países fueron grandes beneficiar­ios tras la II Guerra Mundial. Antes, personajes como Stefan Zweig habían clamado: “La historia de Europa es una historia ensombreci­da por los silencios; por la ausencia”. En las institucio­nes comunitari­as deberían leerle más.

El primer ministro portugués ha hecho el mejor relato en las última horas de la tragedia que vive el continente: “¿Que me he excedido con mis palabras? Está bromeando, quien se excedió fue el ministro holandés. Ahora no se trata solo de socorrer a la economía, sino sobre todo de salvar vidas humanas. Por eso su reflexión me parece repugnante”. Aún añadió que no fue España quien creó el virus, ni lo importó. Y que intentar resolver la pandemia en Holanda, sin hacer nada en España o Italia, era no entender nada.

Reconforta que Europa descubra líderes que renuncian a ser políticame­nte correctos y llaman a las cosas por su nombre. El virus peor de la UE no es la Covid-19, sino el egoísmo y la insolidari­dad entre los países. También lo predijo Zweig en El mundo de ayer: “La peor de todas las pestes es el nacionalis­mo de los estados, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

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