La Vanguardia

Una jaula de mármol

El papa Francisco, que disfruta con la cercanía a los fieles, se ve obligado a rezar en soledad

- ANNA BUJ

Los mármoles del Vaticano estaban mojados este viernes. El poder de la escena no lo habría imaginado ni Paolo Sorrentino: el Pontífice, con una expresión severa, caminando en soledad por una plaza de San Pedro en medio de la lluvia, impartiend­o una bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo) extraordin­aria y rezando para que termine pronto esta “tormenta” del coronaviru­s que asedia el mundo.

La plaza de San Pedro en los días importante­s normalment­e está abarrotada de decenas de miles de personas. Este viernes no había ni un alma. El papa Francisco, que disfruta como ningún otro Pontífice del contacto humano y de la cercanía a sus fieles, se ve obligado por la pandemia a guiar al catolicism­o desde una jaula de mármol que está dejando imágenes para la historia.

“La cercanía es algo que desde el primer momento demostró, con ese famoso ‘buona sera’”, recuerda la vaticanist­a del diario argentino La Nación, Elisabetta Piqué, autora de una celebrada biografía de Francisco. “No poder tener contacto con los fieles y hacer el ángelus y las audiencias generales por streaming le debe estar resultando muy, muy difícil. Si hay alguien que sabe lo importante que es el contacto concreto, la mano que abraza, levantando a los niños en todas las audiencias generales, el contacto visual, la mirada... es él. Yo creo que debe estar sufriendo bastante este encierro, y eso explica que haya decidido celebrar la misas en streaming desde Santa Marta que antes no eran en directo”, cuenta.

Desde que empezó la pandemia, el papa Francisco ha puesto todo su empeño para tratar de que los católicos puedan seguir teniendo contacto con él, aunque sea virtualmen­te. Primero ordenó hacer los ángelus del domingo y las audiencias generales grabadas en directo por vídeo, desde la biblioteca del palacio Apostólico. “Es un poco raro esta oración del ángelus con el papa enjaulado en la biblioteca pero yo os veo y os soy cercano”, dijo Francisco en su primer ángelus online, sentado en el centro de la sala donde normalment­e recibe a los jefes de Estado.

Pero también ha ordenado que se emitan por streaming las misas matutinas que hace cada día a las siete de la mañana en la residencia de la Casa Santa Marta, donde vive. Allí ahora se están realizando pruebas masivas de coronaviru­s después de que otro inquilino, un sacerdote italiano con un cargo importante en la

Secretaría de Estado vaticana, haya dado positivo. En total ya son por lo menos seis las personas en la Santa Sede que han sido contagiada­s, pero se desconoce si el Papa está tomando precaucion­es especiales. Sí se sabe que ha dejado de acudir al comedor general, porque ahora le llevan la comida a sus estancias. La preocupaci­ón por el estado de salud del Papa creció cuando desapareci­ó de actos previstos por un fuerte resfriado, pero parece que ahora ya se encuentra estupendam­ente.

“Vemos el compromiso del Papa con la pandemia cuando en las misas de la mañana habla sobre los que han muerto, las familias que tiene miedo, los médicos, los sacerdotes que han muerto... su gran preocupaci­ón no es una cuestión de que sean cristianos o no, ha dicho que estamos todos juntos en la misma barca como humanidad. Él cree fuertement­e en el poder de la plegaria”, asegura Gerard O’connell, vaticanist­a de America Magazine.

El Papa, habituado a saltarse las medidas de seguridad y los protocolos para dar abrazos o a tomar el mate que le ofrecen en las audiencias, ahora se ve obligado a predicar por internet. Pero esta vez también se ha saltado la cuarentena en otra imagen que dio la vuelta al mundo: la del Pontífice caminando por las calles desiertas del centro de Roma. Acudía al iglesia de San Marcello para rezar ante un crucifijo de madera considerad­o milagroso, porque quedó intacto en un incendio de 1519 y en 1522 fue sacado en procesión por los barrios de Roma para invocar el fin de la peste. Este crucifijo volvió a tener protagonis­mo en la bendición urbi et orbi del viernes: Francisco ordenó colocarlo a los pies de la basílica de San Pedro.

Además de conceder indulgenci­as a los enfermos de coronaviru­s y de realizar una plegaria de una hora que ha dejado imágenes para la historia, Francisco ha donado treinta respirador­es que irán a hospitales de España e Italia para ayudar a combatir la crisis mundial, así como 100.000 euros a Cáritas para que se ocupe de ayudar a los más necesitado­s en estos momentos.

Su frase final del viernes resonará durante años: “Señor, no nos abandones a merced de la tormenta”. Un papa online en momentos, como apuntó, en que “las tinieblas han cubierto nuestras plazas”.

El Pontífice ha puesto todo su empeño para estar presente, aunque sea con misas por streaming

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YARA NARDI / AFP

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