El péndulo de 1977
por el estado de alarma: “Sería malo que alguien quiera unos grandes pactos y, en el fondo, sea un cheque en blanco para seguir haciendo y deshaciendo desde un mando único que no consideramos lo más oportuno”.
Santiago Abascal se borraba ayer por la mañana de la lista: el líder de Vox no quiere dar un respiro al Gobierno y ha optado por una estrategia de enfrentamiento absoluto. Abascal se negó el sábado a atender la llamada del presidente. Ni siquiera apoyará la prórroga del estado de alarma en el pleno del Congreso que se celebrará el jueves y mucho menos se sentará en una mesa de diálogo. A Vox lo único que le contentaría es que el Gobierno “dimitiese en bloque, con Sánchez y Pablo Iglesias a la cabeza”. La formación de ultraderecha sacará toda la artillería contra el Ejecutivo con una batería de querellas contra la gestión gubernamental de la crisis sanitaria.
Por el contrario, Inés Arrimadas sí ve con buenos ojos la idea de Sánchez. A la líder de Ciudadanos le gusta la música de los nuevos pactos de la Moncloa y está más que dispuesta a hablar, pero eso sí, le pide al presidente que empiece a predicar con el ejemplo y que consensúe con la oposición las medidas sanitarias y económicas para atajar la crisis. También reclama a Sánchez que llame primero “a los partidos con sentido de Estado”, lo que, según su doctrina, supone dejar en segundo plano a una parte del Gobierno, Unidas Podemos, y a los socios independentistas de la investidura.
Entre estos, el Govern de la Generalitat, por boca de la consellera de Presidència, Meritxell Budó, señalaba ayer que si la oferta consiste en “unos pactos para relanzar la economía y se quiere hacer con lealtad, cooperación y de manera concertada con Catalunya, lo estudiaremos”. Pero si se trata de “una propuesta con la finalidad de recentralizar aún más el Estado, obviamente nosotros no estaremos, a nosotros no nos encontrarán”, dijo. ERC, por su parte, considera que la salida a esta crisis sólo puede ser social, y “esto es absolutamente incompatible con la gran coalición que algunos desean” y que, malician los republicanos, está detrás de la oferta. La CUP y EH Bildu opinan de forma similar: si la estrategia no se basa en anteponer los derechos sociales a los financieros, no participarán. Y la izquierda abertzale teme también que la píldora en el interior del pastel sea una recentralización política.
Espadas en alto y ceños fruncidos, pues. Desconfianza expectante de los partidos. Menos uno.
Pactos de la Moncloa. Este es el nuevo marco mental de la política española. Los recelos ante la propuesta no hacen otra cosa que reforzar la idea, apoyada por un 92% de la sociedad, según Metroscopia. Las negativas de hoy pueden ser las negociaciones de mañana. No hay fotos fijas en el cataclismo que nos ha tocado vivir. La cuestión es otra: difícilmente habrá pacto en España si no hay pacto en Europa.
Se están mitificando los pactos de la Moncloa, advierten algunas voces. Más que mitificado, el momento 1977 ha sido endulzado, durante años, por el relato oficialista de la transición, según el cual el paso de la dictadura a la democracia habría sido una obra cuasi milagrosa, guiada sabiamente desde “arriba”, con más armonía que conflicto. Ese relato almibarado murió con la pavorosa crisis financiera del 2008, favoreciendo una narración alternativa, según la cual la transición habría sido una monumental bajada de pantalones de las fuerzas democráticas. La ley del péndulo. Quizá con el shock de la Covid-19 llegue la síntesis hegeliana.
Los pactos de la Moncloa fueron un acto heroico de los trabajadores españoles, que se bajaron el sueldo para salvar la democracia. Con mucha honestidad, José Luis Leal y Ramón Tamames, hombres clave en la plasmación programática del acuerdo, reconocían ayer en La Vanguardia el coraje cívico de Comisiones Obreras en aquel momento.
Sí, Adolfo Suárez fue audaz. El éxito de los pactos de la Moncloa –al cabo de un año, la inflación ya había bajado del 30% al 19%– le permitió capitalizar el consenso de la Constitución y ganar con holgura las segundas elecciones generales (marzo del 1979). Suárez se transfiguró entonces. El ex secretario general del Movimiento creyó que podía emanciparse de los poderes fácticos y convertirse en un líder de centroizquierda de larga duración, para mayor desgracia de Felipe González, que aguardaba su desgaste. Retrasó el ingreso de España en la OTAN, abrazó a Yasir Arafat y sembró España de autonomías, ante la estupefacción de los generales franquistas. Un personaje complejo, Suárez, canonizado por sus adversarios el día que perdió la memoria, no antes.
Con los pactos de la Moncloa, Suárez se granjeó dos enemistades importantes: la patronal CEOE, que le reprochaba haber dado demasiado poder a los sindicatos, y los sectores más conservadores de la Iglesia católica, que no le perdonaban el impulso a la escuela pública. Cuando el hombre de la Moncloa entró en crisis, tuvo noticia de ellos.
Los pactos también pasaron factura a Santiago Carrillo, ante la ausencia de una comisión de seguimiento que fiscalizase su complimiento. Cuando quedó claro que el PCE no lograba ampliar su base electoral, el partido que había liderado la lucha clandestina contra Franco estalló. Años después, los pactos de la Moncloa fueron releídos por Izquierda Unida como un error.
Desde el otro mundo, Santiago Carrillo saluda estos días a Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Enciende un cigarrillo (Peter Stuyvesant) y les dice: “Ahí os quiero ver”.
Los pactos de la Moncloa fueron un éxito histórico, pero pasaron factura a Suárez y Carrillo