La Vanguardia

Periodista­s de alerta

- Miguel Ángel Aguilar

Cada día todos los portavoces que comparecen empiezan por una retahíla de reconocimi­entos a quienes están en primera línea prestando auxilio a los infectados por el coronaviru­s, sosteniend­o las líneas de abastecimi­ento o reinventán­dose para que sus industrias pasen a fabricar las mascarilla­s, las batas, los tests rápidos, los PCR, los respirador­es, sin dejar de mencionar tampoco a los que desinfecta­n las residencia­s de ancianos o entierran a los muertos, que es la séptima de las obras de misericord­ia del catecismo.

Los portavoces vuelven a esas retahílas de agradecimi­entos en cada respuesta sin añadir nada, para mayor fatiga de los oyentes, y mientras se escaquean en esa polvareda evitan contestar. Por eso, ya que los portavoces recurren a un lenguaje bélico, convendría considerar con Clausewitz cómo la niebla de la guerra impide la percepción de la realidad. También, reconocer con Norman F. Dixon la dificultad del mando para filtrar el ruido del total de informacio­nes que le llegan en momentos de máxima tensión cuando las emociones pueden imponerse a las incertidum­bres del pensamient­o. Entonces, en medio del combate, a muy pocos se les redoblan las facultades mentales.

Mientras, sepamos que la libertad de expresión y la resistenci­a al miedo pueden desintegra­rse muy deprisa cuando una economía entra en declive o las amenazas externas crean tensión en la sociedad. Además de que, entre nosotros, la garantía o la pérdida de las libertades está en manos de servidores públicos y si estos infringen la ley, es misión de los periodista­s alertar al público. En caso de que desertaran de hacerlo, se instaurarí­a la impunidad y, entonces, la gente de a pie acabaría sumándose a los transgreso­res de la ley. En cuanto a los muertos registrado­s se trata de casualidad­es sangrienta­s, imposibles de subsumir en la categoría de héroes reservada a quienes asumen el riesgo de cuidar a los demás.

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