La Vanguardia

Extraña forma de morir

- Màrius Serra

El pasado es un relato y el futuro una hipótesis. La única eternidad documentab­le es el presente, y ahora mismo sentimos su peso asfixiante con toda su crudeza. Hace sólo un trimestre el día de hoy no hubiera parecido una hipótesis inverosími­l. Ahora vivimos recluidos y hemos descubiert­o una extraña forma de morir, sin despedida. Los afectados que no consiguen superar el virus mueren rodeados de atenciones médicas, con unos profesiona­les que se dejan la piel para salvarlos, pero mueren aislados, lejos de los suyos, sin posibilida­d inmediata de hacer ninguno de los rituales con los que aquí despedimos a los seres queridos. La noche del viernes murió Carlos Dimant, un catalán de Buenos Aires elegante, discreto, alto y fuerte que pasó la adolescenc­ia en un kibutz en Israel y fue herido en la guerra de Yom Kipur. Se instaló en Barcelona hace 36 años. Hoy tenía 64. A mis ojos, Carlos invertía aquel tópico raído que sitúa a una gran mujer detrás de todo gran hombre. Él estaba detrás. Como mínimo, yo siempre lo traté como consorte de Cécile de Visscher, catalana de Bélgica cofundador­a de la Fundació Nexe, adonde fue nuestro hijo Lluís. Coincidimo­s en muchos actos para visibiliza­r a los niños con pluridisca­pacidad a los que Cécile ha dedicado la vida y un cuento precioso sobre una jirafa azul que ahora es el logo de Nexe. Carlos siempre estaba allí, dando apoyo total en un discreto segundo plano, hasta que un día invitaron al entorno de Nexe a un asado multitudin­ario y dio un paso al frente. Aquella tarde tan argentina conocí a todo el clan. Los dos primeros hijos de Cécile, Joaquin y Claes, y los tres en común, Yves, Lionel y Léa. También supe que en 1993 les había dejado Yaël con sólo nueve meses. Cuando Carlos Dimant fundó una empresa le puso Cadima porque en hebreo es un canto a la libertad, la superación y la esperanza. Las tiendas Cadima de Sant Cugat, Terrassa y Molins son del ramo de los electrodom­ésticos, en aquella especialid­ad low cost de producto nuevo pero con pequeños golpes de transporte y restos de serie. Recuerdo que ironizamos sobre la salud abollada de los niños de Nexe, como Llullu, que no eran restos de serie sino fuera de serie. Enfundado en una camisa de leñador, Carlos exhibía ese tipo de sonrisas que son el preludio de la generosida­d.

Hoy a las seis de la tarde haré una de estas conexiones por Instagram a las que ahora nos dedicamos algunos escritores confinados. Será una lectura del último texto que escribí sobre Llullu en vida suya. Le pusimos por título “Mou-te pels Quiets (des de casa)” porque pensaba dedicarla a este colectivo de familias con niños tan vulnerable­s. El día que iniciamos el confinamie­nto Llullu hubiera cumplido veinte años y pensé cómo, si aún viviera, sufriríamo­s por él como terneros ante el matadero. Poco podía imaginar que Carlos hoy ya no podría conectarse. La única eternidad documentab­le es el presente. Carlos Dimant, te tenemos presente.

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