La Vanguardia

Efectos secundario­s y pequeños logros

- José M. Siurana Cardiólogo pediátrico

Mi segunda semana de mi nueva vida de internista empezó con una noticia. Conforme avanza el virus, cada vez somos más los sanitarios que tenemos un conocido cercano contagiado. Quiero destacar que nosotros los pediatras somos los refuerzos, pero los que se han llevado hasta ahora la peor parte han sido el grueso de médicos internista­s e intensivis­tas. Ellos fueron la primera oleada, que, como en las grandes batallas, es la que recibe el mayor número de bajas. Y entonces llegó la noticia. Una gran amiga neumóloga, que estuvo en el ojo del huracán desde el principio y literalmen­te “se partía las piernas” corriendo por los pasillos del hospital, había sido infectada al tratar de salvarle la vida a un paciente. Esa noticia nos cayó a todos como una losa. Ahora, como muchos otros compañeros, espera en casa impaciente­mente el momento de volver. Porque esa es nuestra adrenalina particular, vivimos la profesión de manera vocacional y nos sentimos muy orgullosos de ello.

Tras mi primer escrito, recibí muchos mensajes de compañeros de profesión que estaban viviendo la misma situación. Pero el que más me animó fue el de un hijo que, desde la otra punta del país, me agradecía que cuidara de su madre y me animaba a seguir utilizando mi fonendo pediátrico. Actualment­e hay infinidad de especialis­tas batallando en multitud de hospitales y centros de salud, que han doblado su capacidad para atender el máximo número de personas infectadas. Y no quiero dejar pasar la oportunida­d de ensalzar su labor. Esta experienci­a está siendo muy intensa para muchos de nosotros, física y emocionalm­ente. Por suerte, yo tengo mi oasis particular. Se trata de un chat médico con otros compañeros de facultad, en el que compartimo­s experienci­as y buscamos el apoyo de amigos que están pasando por lo mismo. Por supuesto, no nos faltan las risas.

Al acabar mi jornada, de camino a casa, respiro hondo y disfruto de un momento de soledad y reflexión. Como dice una de las mejores psiquiatra­s que conozco, el cerebro tiende a recordar aquello que no has podido resolver, pero conviene reconducir los pensamient­os hacia los pequeños logros del día, porque son esos los que mantienen íntegro el espíritu. Seguiré mirando de reojo a mi hospital pediátrico, qué ganas tengo de que todo vuelva a ser como antes. Por ahora me tengo que conformar con ser un pediatra que se está acostumbra­ndo a tratar a adultos.

Desconozco qué nos depararán los meses venideros, pero os aseguro que nadie volverá a ser el mismo

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EDUARDO PARRA / EP Dos sanitarias en las tiendas de campaña montadas cerca del hospital Gregorio Marañón de Madrid
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