La Vanguardia

Descrispar el debate

- Màrius Carol

Francisco Silvela, político y académico, fue presidente del Consejo de Ministros durante la regencia de María Cristina de Habsburgo y el reinado de Alfonso XII. Pero Silvela era especialme­nte temible como orador, hasta el punto de que un periodista escribió de él: “Raro es el discurso en el que no haya que lamentar desgracias personales.”

La crispación ha estado presente en la política desde hace siglos, aunque las tertulias audiovisua­les y las redes sociales resultan altavoces de este fenómeno hasta el punto de que preocupa al 90% de los españoles, según la última encuesta del CIS. Los ciudadanos responsabi­lizan de ello en primer lugar a Santiago Abascal, de Vox (26%), pero sorprenden­temente sitúan a continuaci­ón al socialista Pedro Sánchez (20%). El Diccionari­o define crispar como irritar o exasperar. Abascal no esconde su voluntad de provocar, ni de buscar el cuerpo a cuerpo. En su intervenci­ón en el pleno de investidur­a de Sánchez, le dedicó trece insultos al candidato, del estilo de “estafador, felón, fraude, mentiroso, timador, indigno, villano .... ”. En su respuesta, el líder socialista no entró en cuestiones personales, pero calificó su alocución de machista y xenófoba. Sin embargo, separó el discurso de la persona. Sánchez cometió un error el día que llamó “indecente” a Mariano Rajoy en un debate preelector­al –que le costó que estuviera un año sin hablarle–, pero desde entonces evita el insulto, lo que no significa que sus discursos no puedan ser muy duros.

Es posible que la gente le critique que no busque más consensos o puede que en Twitter lo importante no es lo que diga, sino lo que los otros dicen que ha dicho. Lo que tampoco es nuevo en la historia. Le sucedió a la reina María Antonieta. Cuando estalló la Revolución Francesa, ante la escasez por la falta de pan, circuló por todo París que espetó con desprecio: “Qu’ils mangen de la brioche”. Aquí diríamos “pues que coman coca”. Al parecer, esta frase la pronunció en realidad Françoise de Rochechoua­rt, conocida como madame de Montespan, treinta años antes que estallara la revolución, según relató a raíz de las protestas de los agricultor­es Jeanjacque­s Rousseau.

En la crisis del coronaviru­s, el presidente del Gobierno ha advertido que no piensa defenderse de los ataques personales y las acusacione­s recibidas durante la crisis sanitaria, hasta que la pesadilla del Covid-19 quede atrás, lo que es una manera inteligent­e de no incrementa­r la crispación en momentos tan excepciona­les.

Cuando sobre el tablero se plantea la posibilida­d de articular unos nuevos pactos de la Moncloa para abordar la reconstruc­ción económica y social del país, resulta imprescind­ible que los políticos sean capaces de diagnostic­ar sin recelos los problemas que tenemos por delante. Abascal ya ha dicho que a él no le esperen, y es que para Vox la crispación es su hábitat. Aunque corre el riesgo de que le digan lo que Silvela a su rival Romero Robledo en las Cortes: “A su señoría todavía se le oye, pero ya no se le escucha”.

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