La Vanguardia

LONDRES: NADIE AL FRENTE Y EL VIRUS AVANZANDO

Johnson, en la UCI, y sus ministros, peleándose por el protagonis­mo en la crisis

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Una sensación de vacío de poder se extendió ayer por el Reino Unido, con Boris Johnson en la UCI (aparenteme­nte sin neumonía y sin respirador intrusivo) y su Gobierno descabezad­o, mientras la Covid-19 se ha cobrado ya más de 6.000 vidas. En la foto, personal del hospital donde está ingresado el premier, en un descanso, sin medidas de protección.

El Gobierno británico parece una casa de papel de la vida real, asediado por un enemigo (el coronaviru­s) que no se anda con chiquitas y tiene toda la artillería a sus puertas, con su líder alejado del centro de operacione­s y mucho más preocupado de lo que intenta transmitir, desbordado por los acontecimi­entos, y los miembros de la banda peleados entre sí sobre quién manda, mientras intentan apagar los fuegos, paralizado­s a la hora de tomar decisiones clave como cuándo acabará el confinamie­nto y la estrategia para regresar poco a poco a la normalidad.

Sobre la condición del primer ministro Boris Johnson no hubo ayer un parte médico de los doctores que lo atienden en el hospital de Saint Thomas, sino una declaració­n de su sustituto, el secretario del Foreign Office Dominic Raab, indicando que se encuentra estable, no tiene neumonía, no está intubado y tan sólo se le está suministra­ndo oxígeno a través de una máscara facial no intrusiva. ¿Por qué se encuentra entonces en una unidad de cuidados intensivos? Unos dicen que por mera precaución, lo cual ha llevado al portavoz de Downing Street a negar que esté recibiendo un trato de favor fuera del alcance del resto de los ciudadanos. Otros, que cuando alguien entra en la UCI es porque algún órgano vital (pulmones, corazón, hígado...) se encuentra amenazado, o el sistema inmune está descontrol­ado, o se teme que pueda necesitar respiració­n asistida, para la que tendría que ser sedado y no es accesible en las habitacion­es normales.

Con más de seis mil muertes ya como consecuenc­ia de la epidemia, de ellas casi ochocienta­s en las últimas veinticuat­ro horas, la sensación de confusión y vacío de poder ha aumentado con los interrogan­tes por la salud del premier, y las peleas entre los miembros del Gabinete por el reparto del protagonis­ta y la toma de decisiones. En una escena casi surrealist­a, el canciller del ducado de Lancaster y responsabl­e del Brexit, Michael Gove, hizo por la mañana unas declaracio­nes dejando claro que Raab no era un líder en funciones sino un suplente ocasional, sin capacidad para nombrar o despedir a nadie, y que todas las decisiones se habían de tomar colectivam­ente por el Gabinete. Que éste, si sus integrante­s se ponían de acuerdo, incluso podían quitarle las riendas y nombrar a otra persona (lo cual es técnicamen­te cierto pero sería una bomba política). Y después de lanzar esa granada, envió un mensaje por Twitter anunciando que se aislaba en su casa porque un familiar había dado positivo.

Sensación de vació de poder porque Downing Street parece un buque fantasma, como el del holandés errante. Johnson en la UCI, sin saber exactament­e hasta qué punto lleva el timón, Gove en su domicilio, lo mismo que los dos principale­s asesores del Gobierno, Dominic Cummings porque cree que tiene la enfermedad y se le vio salir disparado del número 10, y Edward Lister porque tiene setenta años y se encuentra en el grupo de riesgo. Otros ministros, como el de Sanidad, Matt Hancock (que también reclama su cuota de poder por la naturaleza de su cartera), ya se han recuperado, pero en el famoso número 10 no quedan más que algunos funcionari­os imprescind­ibles, achicando

LA SALUD DEL PREMIER

Se encuentra estable, no tiene pulmonía ni está conectado por ahora a un respirador

LUCHAS INTESTINAS Dominic Raab lleva las riendas, pero necesita el respaldo del Gabinete para tomar decisiones

el agua que entra por todas partes.

En medio del caos sobre la línea de sucesión, un portavoz se ha visto obligado a aclarar que Raab es el sustituto oficial y preside las reuniones del Comité Cobra (Consejo Nacional de Seguridad) porque Boris Johnson así lo ha designado, y porque tiene el rango de “primer secretario”. De 46 años, hijo de un refugiado checo que huyó de los nazis en 1938, estudió en Cambridge y Oxford, es abogado de profesión y antes de entrar en política dirigió un equipo encargado de llevar criminales de guerra al Tribunal de La Haya. Ferozmente euroescépt­ico, participó en la campaña para la salida de la UE y dimitió del Gobierno de Theresa May en desacuerdo con el compromiso que había alcanzado con Bruselas. Disputó tras su caída el liderazgo conservado­r, pero cedió el paso al actual primer ministro, que le premió con la cartera de Exteriores y el título de primus inter pares. Se fía de él, pero no de Gove.

Cuando Boris Johnson dijo hace casi un mes que “muchos perderemos a nuestros seres queridos”, segurament­e no imaginó que él se encontrarí­a entre los enfermos, y que su novia Carrie Symmons, que está embarazada y recluida en su casa del sur de Londres, también contagiada, temería por su vida. Tampoco cuando apostó inicialmen­te por la idea de dejar que se infectara hasta el ochenta por ciento de la población para crear una inmunidad de grupo, y habló con naturalida­d de que podría morir más de medio millón de británicos. Del hospital saldrá sin duda con una nueva perspectiv­a de la crisis y de las cosas. Es un hombre relativame­nte joven (55 años), con algo de sobrepeso pero fuerte y en buena forma física, que juega con regularida­d al tenis y hace yoga, y sin embargo el coronaviru­s le ha pegado duro.

Mientras en Londres reinan la confusión y el descontrol, en Irlanda (donde hasta ayer había cinco mil casos y 210 muertos) se tomaron medidas más rápidas de confinamie­nto a pesar de que el resultado de las elecciones de febrero no dieron una mayoría absoluta y hay un Gobierno provisiona­l. El taoiseach (primer ministro) Leo Varadkar, que antes de dedicarse a la política ejercía de médico, ha predicado con el ejemplo, revalidado su título, y un día a la semana se dedica a atender llamadas de pacientes temerosos de haber pillado la enfermedad. Eso pasa en Dublín. En Londres, con Boris Johnson en cuidados intensivos, nadie sabe quién dispone de los códigos para lanzar los misiles nucleares, si el premier los tiene a su vera en el hospital, o se los ha pasado a alguno de los ministros que se dan de tortas por aparecer en la casa de papel en que se ha convertido el Gobierno británico.

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KIRSTY WIGGLESWOR­TH / AP
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VICKIE FLORES / EFE Una furgoneta pasea un mensaje de ánimo a Boris Johnson frente al hospital donde está ingresado

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