La Vanguardia

España y el escudo italiano

- MANEL PÉREZ

El Gobierno de Pedro Sánchez preparó estos días la reunión de anoche del Eurogrupo, los ministros de Economía de la eurozona, con más discreción que durante la semana anterior. Pocas proclamas públicas.

En los momentos previos a la videoconfe­rencia de ministros de Economía de la eurozona de ayer, Nadia Calviño, la vicepresid­enta del Gobierno y ministra de Economía, encaró la videoconfe­rencia de ministros de Economía de la eurozona, distancián­dose del frente común con Italia.

Primero, al señalar que España no tiene necesidad de utilizar “ningún mecanismo de acceso a liquidez”, los fondos de rescate, porque el Tesoro ha podido financiars­e hasta ahora en el mercado con resultados “positivos en términos de vencimient­os, demanda y tipos de interés”. Una muestra de seguridad que pocos comparten estos días en el mundo financiero e incluso entre altos responsabl­es de alguna institució­n europea.

Pero donde Calviño se desmarcó sobre todo de su colega transalpin­o fue en la aceptación en sí misma de ese fondo de rescate como mecanismo válido para los países afectados y con dificultad­es para acudir a los mercados. Eso sí, con la recomendac­ión de que no se les impusiera una “condiciona­lidad específica”, es decir un control de sus finanzas para aplicar medidas de ajuste o reformas. Justo el punto central de la batalla de Roma con el Norte de Europa, el recurso a los fondos de rescate; el estigma griego, la intervenci­ón de las finanzas nacionales por los controller­s de Bruselas y Berlín.

Precisamen­te, el lunes por la noche, en la víspera de la reunión del Eurogrupo, el Gobierno italiano escenificó una posición aparenteme­nte más gallarda, de desafío, al anunciar un programa de choque, guarnecido con grandes cifras. Ni más ni menos que 400.000 millones de euros.

Pero en realidad no hay nuevos recursos aportados directamen­te por el Estado, se trata de avales públicos a la banca, como, por otra parte, también ha sucedido en el caso español. Créditos necesarios, sin duda, para que muchas empresas en dificultad­es puedan financiars­e y que no obtendrían en este momento sin el respaldo público. Pero, en esta crisis, estas medidas no pueden ser, ni mucho menos, el remedio principal para los males que aquejan a una economía paralizada.

Los avales ayudan tanto a las empresas como a los bancos, que aseguran la solvencia de sus clientes y amplían su cartera de créditos con la seguridad de la garantía pública, pero no aportan el grueso de la liquidez necesaria para parados, autónomos sin ingresos o servicios sociales básicos, comenzando por la sanidad.

El Gobierno italiano compra tiempo, no debe buscar de inmediato ese dinero acudiendo con nueva deuda a los mercados y a cambio la banca apuntala sus balances y mejora su maltrecha cuenta de resultados.

Pero de los dos estados del sur que han encabezado la hasta el presente inaudita rebelión de los coronabono­s, Italia es el eslabón más débil. Su deuda pública es casi cuarenta puntos superior a la española, 136% del producto interior bruto (PIB), la producción de todo un año, frente al 100%. Las dudas sobre su banca, presentes desde el inicio de la anterior crisis financiera de hace más de una década, persisten. Por esos y otros motivos, el coste de colocar su deuda entre los inversores es superior al de España. Paga prácticame­nte el doble por los bonos a 10 años. Los pronóstico­s son que la tormenta descargará primero y con más fuerza en Roma que en Madrid.

Tal vez este cuadro de situación explica en parte el repliegue de Sánchez y Calviño de las últimas horas. Escudarse tras Italia, pero sin compartir su suerte, pues ese país está hoy en una posición equivalent­e a la de Grecia diez años atrás.

Pero nunca hay que subestimar al vecino italiano, hábil en la escenifica­ción dramática, ducho en las batallas diplomátic­as y los juegos del poder. Y, sobre todo, una potencia industrial de primer orden, en Europa y en el mundo.

Calviño se desmarcó ayer del aliado italiano; descartó el rescate para España y lo aceptó para Italia

Roma es el eslabón débil de la crisis de la deuda y el euro; un parapeto tras el que esperar y ver qué acaba sucediendo

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