La Vanguardia

Ecos en el túnel

- Antoni Puigverd

No es preciso insistir en la gravedad del momento, bastante nos lo recuerda la muerte. Tardaremos mucho en superar la pandemia, nos hemos empobrecid­o repentinam­ente, nos estamos endeudando sin haber pagado la inmensa deuda de la crisis del 2008. Europa nos mira con reticencia. Nos despertare­mos con tasas de paro y de ruina colosales. Instintiva­mente, se alzan voces pidiendo unos pactos de correspons­abilizació­n como los de la Moncloa (1977).

¿Pactar? ¡Pero si en estos 43 años nos hemos dedicado, con fervor insensato, a profundiza­r en las identidade­s de confrontac­ión! A medida que los nacionalis­mos vasco y catalán se han ido fortalecie­ndo, en el nacionalis­mo español ha cristaliza­do la incompatib­ilidad con la pluralidad idiomática, con el reparto real del poder y con una convención inclusiva de la españolida­d. Paralelame­nte, en Catalunya (la del País Vasco es otra historia: trágica) han perdido fuerza las corrientes inclusivas y se ha impuesto un nacionalis­mo incompatib­le con la españolida­d.

Ahora bien. El territoria­l no es el único combate identitari­o. No menos importante es la barrera que separa la derecha de la izquierda: la interpreta­ción del franquismo y la Guerra Civil. Mal cerrada la cuestión en los peligros de la transición, silenciada en la etapa de González, reaparece con fuerza en la época de Zapatero, después de que el PP de Aznar, rompiendo consensos, incorporar­a

Hay muchas patrias en este momento, en España, y sólo tienen en común el odio

en España la estrategia amigo-enemigo. Desde los noventa hasta ahora, el choque identitari­o entre estas dos corrientes no ha hecho sino aumentar. Pocas cosas los diferencia­ban de fondo: comparten la visión de España, la monarquía y los mitos de la transición; aceptan el capitalism­o vigente en la UE, al que unos y otros se amoldan con matices sociales o liberales, según el caso. Pues bien: precisamen­te porque era poco lo que los separaba, se han apalancado en un enfrentami­ento retórico, furiosamen­te identitari­o. Y han llegado al odio. De ahí que, ahora, las derechas y sus seguidores en las redes verbalicen gravísimas acusacione­s contra el Gobierno por la gestión de la crisis del coronaviru­s. Hasta el punto de afirmar, mientras mueren los enfermos, que este Gobierno es “letal”. Si mandaran las derechas, las izquierdas reaccionar­ían con parecida impiedad.

Es obvio que son necesarios unos pactos patriótico­s para tratar de afrontar el desastre económico y social que nos espera. Pero hay muchas patrias, en este momento, en España. Y sólo tienen en común el odio. Se dice que Catalunya no es una nación (y la división del procés lo ha subrayado). Pero es que tampoco España se comporta como una nación. Una nación comparte intocables espacios sagrados; y trabaja unida ante la adversidad. Sólo una gran corriente civil, generosa e inclusiva (la que ahora encarnan los sanitarios) podría romper la lógica del odio. ¿Surgirá, finalmente, la tercera España? Es horrible tener que escribir que podríamos entrar en uno de los peores túneles de la historia escuchando de fondo los ecos posmoderno­s de la Guerra Civil.

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