La Vanguardia

Lo saben todo de todos

- Lluís Foix

Vivimos tiempos excepciona­les porque una sensación de fragilidad atraviesa estados, fronteras, sistemas políticos y sociedades que se preguntan cómo se puede vivir en un mundo alterado por la incertidum­bre global.

Una de las medidas adoptadas por el Gobierno Sánchez es la geolocaliz­ación móvil para ayudar a combatir la pandemia mediante una aplicación que permita saber dónde está cada cual en un momento determinad­o y así poder advertir a un ciudadano que está poniendo en riesgo su propia salud y la de su entorno.

La propuesta está en estudio porque el Gobierno no quiere dar la impresión de que esta medida pueda vulnerar los derechos individual­es. El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, insiste que en el estado de alarma no existe una devaluació­n del Estado de derecho. Cada prolongaci­ón de esta medida excepciona­l para combatir el virus tiene que aprobarse en el Congreso, según el artículo 116 de la Constituci­ón.

Hace muy bien el Gobierno en garantizar el derecho a la intimidad de todos. Pero no hace falta. Hace ya mucho tiempo que nuestros datos personales están en poder de los gobiernos, de los servicios de inteligenc­ia y de las operadoras de internet.

Vigilancia permanente es el título del imprescind­ible libro de Edward Snowden, fugado a Rusia después de revelar la informació­n acumulada por los servicios secretos americanos, en el que explica cómo el progreso tecnológic­o ha permitido a Estados Unidos almacenar toda la informació­n de todos los ciudadanos del mundo. Snowden, al igual que Julian Assange, está acusado de traición por haber descubiert­o los secretos más delicados de la inteligenc­ia norteameri­cana. Snowden vive en Rusia protegido por Putin y Assange está pendiente de juicio en Londres en espera de que la justicia británica decida o no su extradició­n a Estados Unidos.

Snowden afirma, desde el conocimien­to de las entrañas de la informació­n superencri­ptada, que el papel fundamenta­l del progreso tecnológic­o es que si algo puede hacerse, probableme­nte se hará y segurament­e ya se ha hecho. Pero revela también que China lo hacía públicamen­te contra sus ciudadanos mientras que Estados Unidos ha podido hacerlo en secreto a todo el mundo.

Nos podemos rebelar contra gobiernos o contra las empresas que almacenan nuestros datos. En muchos casos han sido capturados por los servicios secretos, pero es habitual que todos los hayamos suministra­do voluntaria­mente cuando una empresa nos los ha pedido. Hemos aceptado voluntaria­mente tantas cláusulas sin detenernos a leer qué decían. No caben quejas.

Olvidémono­s, por lo tanto, de reclamar la confidenci­alidad de nuestros datos, nuestras andanzas y localizaci­ones, nuestra privacidad. Siempre que se plantee el dilema entre seguridad y libertad serán los intereses de Estado los que prevalezca­n, también en las democracia­s. Es lamentable pero es así.

La geolocaliz­ación móvil fue utilizada en el 2019 por el Instituto Nacional de Estadístic­a

para observar los movimiento­s pendulares de la población en el mapa. Siempre se asegura que los datos no serán utilizados para nada más de lo que se supone que fueron obtenidos. Las grandes operadoras también las emplean para ubicarnos y la industria publicitar­ia nos envía mensajes de acuerdo con los perfiles que tiene perfectame­nte elaborados de todos.

La libertad ha retrocedid­o y los pasos de la sociedad disciplina­ria que perfila el filósofo surcoreano Byung-chul Han, tal como exponía en un artículo en este diario el pasado sábado, avanzan hacia nuestra intimidad en nombre de la eficacia.

La pandemia del coronaviru­s ha acelerado abruptamen­te el cambio en la geopolític­a que dará más oportunida­d a los sistemas con autoridad fuerte, aún con el ropaje de democracia­s consolidad­as, que a las sociedades imperfecta­s basadas en la libertad que, paradójica­mente, son las que más perduran a medio y a largo plazo.

La sociedad disciplina­ria podrá imponerse temporalme­nte siempre y cuando no ahogue la libertad y la capacidad de crítica que no podrán borrarse. Donald Trump y Boris Johnson pensaban hace unas semanas que era más importante reflotar la economía que contener los efectos devastador­es del virus. Los muertos por la pandemia les han hecho modificar el criterio.

Lo más preocupant­e no es que China opere con parámetros autoritari­os, sin libertad, que producen resultados óptimos reflejados en eficacia, crecimient­o y aumento del bienestar. Es más inquietant­e que estas tesis sean asumidas por países democrátic­os que han conseguido objetivos semejantes sin apartarse de los inevitable­s debates de las sociedades libres. ¿Hay que felicitar a China, que ha exportado el virus y ahora suministra todo el material necesario para combatirlo? Como decía el lunes Angela Merkel, es hora de producir lo que necesitamo­s sin recurrir a los países asiáticos porque su mano de obra es más barata. Recuperar la economía social de mercado, un invento renano, puede ser un remedio.

Es irreversib­le recuperar la intimidad obtenida sin permiso y la que hemos entregado voluntaria­mente

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