La Vanguardia

Nuestra conciencia empezó siendo un virus

- Lluís Amiguet

Somos humanos desde que supimos que íbamos a morir. Somos consciente­s de nuestro final –ningún otro ser vivo lo es– desde que un virus infectó nuestro cerebro con el germen de la conciencia. Y nos hizo personas. Lo publicó Cell en enero del año pasado.

Y ahora no sabemos cómo el nuevo virus puede cambiarnos, pero sí que nos revela cómo ya habíamos cambiado antes de él.

Por primera vez, frente a la pandemia hemos sido capaces de renunciar a nuestra prosperida­d para proteger a un pequeño grupo de riesgo que habríamos dejado morir antaño. Porque apenas soportamos ya la muerte de nadie. A ninguna edad.

Quizás eso sea progreso moral. Darwin observó, al explorar la Patagonia, que los nativos eran solidarios hasta la ternura con los de su tribu; pero daban los prisionero­s a los niños para que se divirtiera­n sacándoles los ojos. Dedujo que no los veían como humanos. Y puso los fundamento­s biológicos de la empatía –las neuronas espejo– al anticipar que la humanidad iría ampliando el “círculo en expansión de la compasión” hasta abarcar a toda criatura capaz de sufrir.

Estos días, amigos, lo hemos ensanchado un poquito más no sólo con nuestros padres y abuelos por serlo, sino con todos nuestros mayores. Incluso los que no conocíamos.

Porque en nuestro círculo solidario vamos incluyendo ya no sólo a nuestra familia, tribu o a nuestra nación… Sino a todos los humanos y, después, a todos los animales. Hasta que no dejemos fuera a ningún ser vivo.

Pero el nuevo virus transforma también nuestra conciencia: ya no por los genes, sino por los memes: por la tecnología.

Negroponte anticipó que cada vez transporta­ríamos menos átomos y más bytes: menos cartas y más correo electrónic­o; menos células de nuestro cuerpo y más bytes de nuestra imagen hasta la teletransp­ortación total de nuestra existencia. El mundo se desmateria­liza.

Se habrán dado cuenta estos días de que ya sólo existimos digitalmen­te. Y quizá duden, como yo, de que así vivamos mejor.

Las innovacion­es tecnológic­as casi nunca son deseables; pero casi siempre son inevitable­s. Y nuestro paso de átomos a bytes mediante algoritmos y egoritmos de like s y retuits da más poder a los amos de las plataforma­s tecnológic­as, pero no más bienestar a todos. Podemos rebelarnos para repartirlo. Y cada uno, como individuo, para seguir buscando nuestro propio camino a la felicidad.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain