La Vanguardia

Me pido el infierno

- Teresa Sesé

Mientras todo se desmoronab­a a su alrededor, el artista y cineasta Derek Jarman se dedicó a cultivar un jardín en un terreno de guijarros y matorrales a la sombra de una central nuclear. Muchos de sus amigos se estaban muriendo a causa del sida y él mismo, infectado de VIH, se enfrentaba a la terrible experienci­a de una enfermedad que a finales de los ochenta era poco menos que una sentencia de muerte segura. Desde su refugio de Prospect Cottage, una cabaña de pescadores en la playa de Dungeness, al sudeste de Inglaterra, que había comprado con la herencia de su padre, en lugar de ceder a la desesperac­ión entregó su tiempo a crear vida haciendo florecer un pedregoso desierto. Murió en 1994, a los 52 años. Y entre las muchas obras que realizó desde que le diagnostic­aron la enfermedad, en 1986, hay dos especialme­nte conmovedor­as: Naturaleza moderna (editorial Caja Negra), un diario que va de su jardín al hospital y en el que, como escribe Olivia Lang en el prólogo, “las letanías de los nombres de plantas del inicio son reemplazad­as por las de las drogas que mantienen al artista con vida: AZT, rifampicin­a, sulfadiazi­na, carbamazep­ina, la lúgubre canción de cuna de principios de los noventa”. La otra es Blue, su radical película de despedida: un fundido en azul, el color con el que había empezado a ver el mundo a raíz de una incipiente ceguera provocada por el tratamient­o, cuya banda sonora actúa a modo de diario hospitalar­io nada autocompas­ivo.

En medio de esta otra pandemia, la figura ingeniosa y traviesa de Jarman vuelve a emerger en lo que parece casi un milagro. Prospect Cottage, la cabaña negra de ventanas amarillas y su jardín abierto al paisaje, se han salvado de la especulaci­ón inmobiliar­ia y pasarán a ser de dominio público gracias a una campaña promovida por la actriz Tilda Swinton, que en un tiempo récord ha conseguid o reunir 3,5 millones de euros. Es la noticia más luminosa que he leído en estas semanas de tragedia. El director de Sebastiane, Jubilee, Caravaggio, The Garden, Eduardo II o Wittgenste­in fue uno de los primeros en hablar abiertamen­te de su condición de seropositi­vo y luchó contra el estigma del sida como antes había tenido que luchar contra el estigma de ser gay.

A veces parece que ya lo hemos olvidado, pero antes de ser conocido como “síndrome de inmunodefi­ciencia adquirida”, al sida se le llamaba grid (inmunodefi­ciencia asociada a la homosexual­idad) o, ya sin rastro de rubor, el cáncer gay ola peste gay. Sin embargo, el VIH ha matado a casi 40 millones de personas en todo el mundo desde principios de la década de 1980: hombres, mujeres y niños, sin importarle cuál era su condición sexual, aunque algunos hayan tenido que soportar el peso de un dolor macabramen­te añadido. Ahora con la Covid-19 todos somos apestados, pero al menos nos libera del desdoro.

En una de sus últimas cartas, Derek Jarman trata de negociar con Dios: “Si puedo elegir, que sea el infierno”, le escribe, y si el camino fuera la reencarnac­ión, “entonces quiero ser raro”.

Con la Covid-19 todos somos apestados, pero a diferencia de los 40 millones de muertos por sida, al menos nos libramos del estigma

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