La Vanguardia

Diario de (casi) un fracaso

- Margarita Puig

Días uno, dos, tres, cuatro y cinco: dos sesiones de 25 minutos cada una sobre mi bicicleta inventada, encima de un precario rodillo. La primera muy pronto, cuando todos duermen. La otra después de la cena, demasiado tarde… Luego no hay quien coja el sueño.

Días seis y siete y ocho... y nueve y diez y creo que se extiende hasta el once: estoy de bajón. Tengo unas agujetas inconcebib­les. Decido aminorar la marcha y por fin descansar y abandonar el autodeport­e. Desayuno, ducha, teletrabaj­o, almorzamos, más teletrabaj­o, ayudo con los deberes de los niños... (¿dónde encuentro un tutorial para las raíces cuadradas?, ¿cómo se reduce el archivo para enviarlo por correo al profesor CL?, ¿CL significa comprensió­n lectora? Sí, debe de ser eso... ). Y llega la hora de la merienda, y la de la videoconfe­rencia con el jefe, y la de los aplausos y ¡hala!, ¡otra vez! me explota la hora de la cena en la cara...

Termina o comienza, ni lo sé, otra semana hasta que (durante uno de esos aplausos de las ocho que yo no, pero hay quien sí se merece en esta casa mía) sé por Esperanza que ya es primavera. Con este nombre ideal para sobrevivir a la crisis confinada, ella es la madre de la familia más que numerosa del edificio colindante que garantiza la alegría en nuestra isla de vecinos. La que, desde allá afuera, nos suministra motivos para sentirnos menos perdidos en el calendario de esta vida nueva que nadie ha pedido. Casi siempre con música y no siempre con el himno del Dúo Dinámico.

Pero el lapsus a mí me atrapa. Me infecta igualmente y logra colarse al menos durante las cinco hojas vacías de la Moleskine a días vistos que anota mi desánimo... Hasta que llega una

Pido un aplauso para todos esos clubs vacíos que siguen impartiend­o sus clases y llenando de agua sus piscinas

mañana (creo que la 21) de este serio confinamie­nto que amanece lluviosa y cargada de (malas) noticias, pero que, sin embargo, me invita a poner fin a mi abandono. Es cuando decido, por fin, conectarme con el gimnasio virtual a domicilio. ¡Sí! ¡Entrenar, de nuevo, acompañada por profesiona­les me devuelve el ánimo!

En un ejercicio que depende de mi conexión al wifi, pero que resulta extrañamen­te físico y cercano, redescubro el spinning, el hitt y el yoga. Hasta pruebo el zumba (corro las cortinas, no quiero que me vean) y mi alegría se recupera al ritmo del Ibex. Entonces me decido a pedir un aplauso también para ellos. Para todos los clubs vacíos que nos traen el gimnasio a casa. Para todos esos valientes que siguen llenando sus piscinas, reubicando bicicletas, pesas y máquinas para, a la vuelta, guardar las protocolar­ias distancias... Para todos los que reclaman, ahora con más razón que nunca, reducir el IVA de los centros deportivos. Con la que está cayendo, un 21% es un tipo intolerabl­e. Muy agresivo.

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POR LA ESCUADRA

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