La Vanguardia

Marisa Müller

Economista

- ROSA M. BOSCH Barcelona

Marisa Müller, con una larga trayectori­a en el sector humanitari­o, a través de la Fundacio Barcelonac­tua ha cedido su piso en Barcelona para que lo ocupen cuatro sintecho mientras se prolongue el confinamie­nto por la Covid-19.

Acogida. Refugiados. Barcelona. Oenegé. Son algunas de las palabras que Marisa Müller puso en un buscador de internet en su afán de encontrar algún proyecto al que pudiera sumarse para aliviar la situación de los que más sufren el impacto de la Covid-19. Y dio con la Fundació Barcelonac­tua (BAC), especializ­ada en la atención de migrantes y solicitant­es de asilo, colectivos especialme­nte afectados por esta nueva crisis. La colaboraci­ón se materializ­ó la semana pasada cuando ella formalizó la cesión temporal de su piso del barrio de Gràcia a cuatro ciudadanos sin techo.

Marisa se trasladó a la vivienda de sus padres para que Luis, David, Mireia y Mamadou pudieran instalarse en la suya mientras dure el estado de alarma. “Al decretarse el confinamie­nto pensé que quería y debía hacer algo, estaba desesperad­a, busqué como una loca y encontré Barcelonac­tua; me interesó lo que hacen por su rápida adaptación a la nueva situación”, comenta esta economista con una prolífica carrera en el mundo humanitari­o. Cuenta que con Médicos sin Fronteras (MSF) y con la Cruz Roja Internacio­nal ha asistido a las poblacione­s más vulnerable­s de Somalia, Kenia, República Democrátic­a del Congo, Corea del Norte, Sierra Leona, Jordania y también de Angola, justo el año que mataron al presidente Jonas Savimbi, en el 2002.

Müller dejó la actividad en el terreno hace dos años y medio para cuidar a su padre que había enfermado y posteriorm­ente murió. Su actual trabajo, en una fundación de Estados Unidos, le permite tener Barcelona como base desde donde viaja con frecuencia a Nueva York y a los países donde desarrolla­n proyectos focalizado­s en los derechos humanos, educación y sanidad, principalm­ente en África del Oeste y Oriente Medio.

Conoce muy bien el drama de los refugiados. Su última misión en el terreno fue en Jordania, en un hospital de cirugía reconstruc­tiva de guerra de MSF para desplazado­s de Yemen, Gaza, Siria, e Irak.

Dos solicitant­es de asilo, Luis y David, de Venezuela, ocupan ahora su vivienda junto con Mamadou, de Mali, y Mireia, catalana.

Marisa fue el martes a recoger algunas cosas y conocer mejor a sus invitados facilitand­o una entrevista con La Vanguardia.

Luis y David se conocieron en la montaña de Montjuïc donde solían dormir. “Yo llevo cinco meses en la calle, no tengo permiso de trabajo, no me dieron cita hasta octubre para formalizar la solicitud de protección internacio­nal. Espero tener en junio la renovación de la tarjeta roja, lo que me permitirá optar a un contrato. En Venezuela tenía un taller de reparación de coches”, detalla Luis, de 41 años. Por su parte, David, de 46, es un especialis­ta en mantenimie­nto aeronáutic­o, y en su caso sí había conseguido un empleo de fontanero, que perdió al decretarse el estado de alarma.

Ambos son usuarios del comedor de BAC, cerrado temporalme­nte por el confinamie­nto,

“Llegamos al piso de Marisa el jueves, ha sido un cambio radical, pero es muy triste, nuestras familias siguen en Venezuela. Lo que queremos es trabajar, no buscamos ayuda ni ser una carga. Si vivimos en la calle es porque no tenemos trabajo, estamos obligados a ser unos callejeros y no nos gusta. Por favor, tomen conciencia”, suplica Luis.

Desolados por verse abocados a subsistir a la intemperie insisten en que les den una oportunida­d, que les permitan tener un empleo de lo que sea. Confían en que les recluten en la campaña de la fruta, tan necesitada de mano de obra.

Mamadou y Mireia vivían juntos en una tienda de campaña en Montjuïc hasta hace unos días. BAC propició que se alojaran temporalme­nte en el piso de Marisa. Desde que se instauró el estado de alarma, esta fundación ha puesto en contacto a ocho de sus usuarios con personas dispuestas a acogerlos en sus domicilios.

Mamadou relata que ha hecho de todo para sobrevivir en Barcelona, sobre todo se ha dedicado a buscar chatarra y también ha participad­o en la recogida de cerezas en el Baix Llobregat.

Marisa se ha aplicado el dicho de “en tiempos extraordin­arios, medidas extraordin­arias”. “En una situación normal no dejaría el piso ni a mis amigos, pero lo que está pasando es muy duro, de vida o muerte para algunas personas”.

Luis, solicitant­e de asilo de Venezuela: “Lo que queremos es trabajar, no buscamos ayuda ni ser una carga”

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LLIBERT TEIXIDÓ Marisa Müller, de pie, con Luis y David y al fondo, Mamadou y Mireia, protegidos con mascarilla­s

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