La Vanguardia

El gran acuerdo

- Fernando Ónega

No hay más que escuchar a la ministra portavoz para darse cuenta de un detalle: cuando el Gobierno propone “un gran acuerdo de país” o una reedición de los pactos de la Moncloa, no tiene una gran idea de lo que está proponiend­o. Captó al vuelo la iniciativa, la asumió como si fuese propia, se entusiasmó porque cualquier gobernante español quiere ser Suárez, y poco más. Por soñar, sueña con crear un modelo de país, que yo creía que estaba en la Constituci­ón y en su programa. Pero por no tener, no tiene un proyecto que presentar ni voluntad de redactarlo. Lo dijo así la señora Montero: “No se trata de que haya una aportación gubernamen­tal y que otros la mejoren o modulen, no”. ¿Se imagina alguien cómo hubieran terminado los pactos de la Moncloa si Suárez y Fuentes Quintana no hubieran presentado un documento base? Aquello hubiera sido un completo galimatías.

Si el Gobierno actual no hace eso, es por una de estas tres razones: o porque no sabe qué propuestas hacer, o porque su coalición con Podemos lo obliga a presentar ofertas de seguro rechazo por la derecha, o porque renunció a la iniciativa política que le correspond­e por ley. Llegar a una mesa de diálogo sin guion ni confesión de objetivos puede ser el entretenid­o comienzo de la ceremonia de la gran confusión: diga usted lo que quiera, señor Casado, que aquí estamos para oírle, y el señor Casado expone el programa de su partido para regocijo del señor Iglesias. Digan ustedes lo que quieran, señores Garamendi y Sánchez Llibre, y serán el divertimen­to de los sindicalis­tas. Y así se podrían pasar varios meses. Como todo ocurrirá después de superar la emergencia sanitaria, hay tiempo por delante.

Pero ningún problema, oiga: la ausencia de guión se suple con la acreditada experienci­a de diálogo. Pedro Sánchez puede elegir modelo: el día que Rajoy le ofreció gobernar en coalición y él lo rechazó porque con el PP no negocia nada; el día que le dijo a Pablo Casado: “Con usted no tengo nada que hablar”; o las semanas que llevan sin verse y Casado le acusa de engañarle en la informació­n. Tan fluida comunicaci­ón personal, base del gran entendimie­nto que se prepara, tiene un complement­o formidable: el cruce de palabras en las redes, entrevista­s y otras formas de agresión. La experienci­a dará para otro libro del presidente: cómo pasar del menospreci­o a pactar un modelo de país. Subtítulo: historia de un prodigio en la Moncloa. Será el nuevo asombro de Occidente y guía para gobernante­s en dificultad­es.

Así que los pactos de salvación nacional avanzan a buen ritmo y con mejor método. Ya sólo le falta el entusiasmo nacionalis­ta que, como se sabe, está muy implicado en resolver los problemas de España y muy rodado en la mesa de diálogo, también atacada por el puñetero virus. Al final, vamos a ver un pacto con Ciudadanos al que se unirá, sin duda, el PNV. Dependerá del precio. Pero se resuelve haciéndose de rogar.

Llegar a una mesa de diálogo sin guion puede ser el comienzo de una gran confusión

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