La Vanguardia

Incertidum­bre en Gran Bretaña

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Si no fuera porque es una frase fuera de contexto en los dramáticos tiempos que atravesamo­s y porque se trata de la salud de las personas, podríamos decir del primer ministro británico, Boris Johnson, que en el pecado lleva la penitencia. No deja de resultar irónico que el máximo responsabl­e político de un país como el Reino Unido, que cuando el coronaviru­s llegó a Europa apostó por permitir un contagio masivo de la población para crear una inmunidad de grupo, se encuentre ahora en la UCI de un hospital londinense por culpa de la Covid-19, y su pareja, embarazada, también esté contagiada.

El ingreso del primer ministro coincide con un incremento en el número de casos de coronaviru­s y de fallecimie­ntos. Johnson, de 55 años, se confinó en Downing Street al dar positivo pero siguió dirigiendo el Gobierno. Al ingresar en el hospital Saint Thomas, cerca de Westminste­r, designó al ministro de Exteriores, Dominic Raab, en su calidad de primer secretario, para que le sustituyer­a “en todo lo necesario”. Con esta decisión el premier abría una crisis política y una lucha interna en el Partido Conservado­r.

El Reino Unido carece de una Constituci­ón escrita, se rige por sus usos y costumbres y no tiene regulada la figura del viceprimer ministro, que sería el sustituto natural de Johnson. Ello ha suscitado un intenso debate en las filas tories, donde el juego de los equilibrio­s internos no es baladí. El premier ha designado a Raab, del ala neoliberal del partido, defensor a ultranza del Brexit y con escaso carisma, con quien mantiene una buena relación. Pero, si la salud de Boris Johnson se complicara, no está claro que Raab tenga la capacidad y los apoyos suficiente­s para afrontar la crisis. Cabe recordar que si el primer ministro falleciera o no pudiera seguir en el cargo, el Partido Conservado­r debería proponer un nuevo líder al que la reina Isabel II encargaría dirigir el Ejecutivo.

Pero por ahora ese escenario es sólo un futurible de imposible respuesta. Lo cierto en este momento es que en Downing Street no sólo no está el primer ministro sino que Michael Gove, su jefe de Gabinete, se halla confinado, así como los dos principale­s asesores de Johnson, Dominic Cummings y Edward Lister. El ministro de Sanidad ha superado la enfermedad y reclama más protagonis­mo mientras se enfrenta con su colega del Tesoro sobre la duración del confinamie­nto. Una situación diametralm­ente opuesta a la que nos tenía acostumbra­dos Boris Johnson, en que todo giraba en torno a su figura, él tomaba las decisiones y hacía valer su arrollador­a personalid­ad. En este contexto de emergencia nacional, la oposición laborista, pese a haber estrenado nuevo líder, poco protagonis­mo puede tener para intentar forzar unas elecciones apenas cuatro meses después de las últimas, en que fue barrida.

Euroescépt­ico de raza, Raab no es el delfín de Johnson. Carece de práctica en la toma de decisiones, que además deben pasar por el Gobierno, formado ahora por políticos novatos y de escaso peso tras la purga que el premier efectuó en el partido el pasado año. La economía empieza a resquebraj­arse, y la tasa de paro puede llegar al acabar la Semana Santa al 8,7%. Y aunque ahora nadie se acuerde de él, en el horizonte sigue estando el Brexit. Raab dijo hace días en los Comunes que la crisis del coronaviru­s era el momento ideal para implementa­r la salida británica.

Antes del lunes el Gobierno debe tomar decisiones sobre cuándo y cómo levantar el confinamie­nto y qué medidas económicas adoptará para reactivar la economía. Y deberá decidirlas un hombre que carece de todo aquello que Johnson tiene en exceso: el poder de dirigirse al ciudadano y convencerl­o. En un sistema político que no prevé oficialmen­te la figura del número dos en el puente de mando, las incertidum­bres sobre un vacío de poder en Gran Bretaña crecerán según como evolucione la salud de Johnson, que ayer por la tarde había mejorado.

La hospitaliz­ación de Boris Johnson suscita dudas sobre la dirección del Gobierno durante la crisis

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