La Vanguardia

Cuando todo esto no se acabe

- Quim Monzó

Llegados a este punto del confinamie­nto, la gente y los medios de comunicaci­ón –necesitado­s de nuevos paisajes– hablan de lo que haremos cuando la vida vuelva a una cierta normalidad (¡ja!). Quizá el titular más repetido es “Cuando todo esto se acabe...”. Es una frase con trampa porque hace que alguna gente crea que, dentro de pocas semanas, todo volverá a ser como era antes. Y no lo será, ni pasada Semana Santa ni dentro de un mes.

Para combatir esta ilusión ansiosa, las palabras que más se utilizan son escalonada, escalonada­mente y todos los otros derivados posibles del verbo escalonar. “Saldremos de manera escalonada, volveremos escalonada­mente a la situación anterior”... Habrá algunos aún que ilusionada­mente piensan que será como cuando en la escuela –al menos en mi época, ahora no sé cómo lo hacen– sonaba el timbre que daba por acabadas las clases, los alumnos se levantaban inmediatam­ente y todos salían en estampida. Afortunada­mente, enseguida pusieron vallas metálicas en la acera, delante de las puertas de las escuelas, para que, enaltecido­s por la euforia de la liberación, se encontrara­n con una barrera que les impedía atravesar la calle y acabar bajo las ruedas de un coche. Todos los que todavía piensan que el día que decreten el fin del confinamie­nto habrá una estampida como las de los finales de las clases en las escuelas de antes, más vale que se lo vayan quitando de la cabeza. Todas esas citas que se hacen ahora entre amigos, para ir a cenar a un buen restaurant­e el primer día que nos liberen, más vale que las guarden en la despensa, porque eso tardará meses en llegar.

A propósito de los restaurant­es hay un detalle que debe tenerse en cuenta. Durante las últimas décadas, hay muchos que van de enrollados y han convertido en práctica habitual la implementa­ción de mesas pequeñísim­as. Mesas cuadradas, para dos personas, que miden unos 70 u 80 centímetro­s de ancho. De forma que, cuando te sientas, si no eres estrecho de pecho, tus codos tocan con los codos de los comensales de las mesas del lado. Empecé a ver mesas de estas hace décadas: en Estocolmo, en París y en Nueva York. Aliñadas además con una luz tenue que impide ver qué coño hay en el plato. Ahora están por todas partes. En Barcelona, por ejemplo. Cuando el confinamie­nto empiece a escalonars­e, y como es previsible que durante meses tengamos que mantener las distancias mínimas de seguridad, de un metro a dos metros, ¿qué harán esos restaurant­es? ¿Por cada mesa ocupada dejar cuatro vacías: la de la derecha, la de la izquierda, la de delante y la de atrás?

El día que acabe el confinamie­nto no habrá estampida como en los

finales de las clases

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