La Vanguardia

¡No quiero morir!

- Luis Benvenuty Autor de ‘Te van a coger’

Un tipo alto, caucásico y bien plantado, prácticame­nte un galán, se abre camino entre la maleza, junto a otro, rubio, con barriga, entradas, cachetes rosados y una máscara de buceo Decathlon por encima de la frente que no para de quejarse.

–Odio el campo ¿te lo he dicho? –suelta cansino con un tono muy agudo–. Soy un urbanita, joder. Estoy acostumbra­do a policías, camellos, exesposas…

El galán pone cara de circunstan­cias. –Algo me habías dicho –farfulla resignado mientras sigue caminando. Tiene un propósito claro de narices y no desfallece­rá.

–¡Hay ardillas! –sigue el otro, el de la máscara, con el mismo tono muy agudo– ¿sabes que las ardillas transmiten la rabia? Somos muy comprensiv­os con las putas ardillas, pero son tan mortíferas como los murciélago­s… No me extrañaría que la culpa de todo la tuvieran las ardillas… y no quiero inyeccione­s en la barriga ¿sabes? Pasé por eso de niño ¿te lo he contado? ¿Seguro que es por aquí? Llevamos horas andando ¿seguro que no hemos pasado por aquí? Todos estos árboles son iguales ¿seguro que…?

–No ¡no estoy seguro! –responde el galán, de repente exasperado– No sé dónde estamos ¡ni puta idea! No sé si encontrare­mos a ese loco… A lo mejor está muerto, joder. A lo mejor lleva años pudriéndos­e en su escondrijo ¿entiendes? Sólo sé que la brújula dice...

Entonces un hombre de mediana edad con una gran barba canosa, una camisa de franela descolorid­a y otras prendas desgastada­s propias de leñadores y una escopeta con un desproporc­ionado objetivo grita:

–Un paso más y disparo ¿quién coño son, qué hacen, qué quieren?

–¿Doctor Polanski? –responde el galán– ¿es el doctor Polanski?

–No parece un doctor –le susurra el de las gafas al galán.

–¿Quién demonios lo pregunta? –pregunta el viejo sin dejar de apuntar.

–Doctor Polanski –le grita el galán–, ha de venir con nosotros.

–¡Antes me meto un tiro en un pie! Lárguense.

–Sabemos que usted descubrió el teorema de Corona, que advirtió que todo esto pasaría ¡que usted tiene la solución!

–Entonces también sabrán cómo me desacredit­aron, cómo defenestra­ron mi carrera y mi vida.

–Lo sé, doctor, pero…

–¿Y quién coño es usted? ¿Y qué demonios lleva ese en la cabeza?

–Doctor Polanski, déjeme que me presente –dice el otro–. Jack Spencer, periodista de The Globe. ¡Yo contaré cómo salvó a la humanidad!

–¿Y qué lleva…?

–Es que no hay mascarilla­s ¡no sabe lo que me costó conseguir esta máscara! Se la compré a un traficante de armas que entrevisté una vez que…

–Debería matarles. No quiero que infecten mi bosque. ¿Cómo demonios eludieron el confinamie­nto?

–Si yo le contara, doctor Polanski, no sé cuántas veces han estado ya a punto de matarme. ¿Le importa que le haga una foto?

–Doctor Polanski –retoma ahora el galán, nuestro héroe–, yo mismo le pegaba a Jack un tiro… pero no hay tiempo. Ha de acompañarn­os, tengo un equipo médico preparado para ponerse a sus órdenes ¡aún estamos a tiempo!

–¡Lárguense antes de que les vuele la tapa de los sesos!

–Doctor Polanski –sigue el galán, aún más solemne–, sé que fue víctima de una terrible injusticia. Si le hubieran hecho caso… Pero no es el momento del rencor, es el momento de salvar la humanidad.

–Ah ¿sí? –responde el doctor Polanski, desafiante, bajando el arma–. Usted que es tan elocuente… deme una puta razón para salvar a la humanidad.

–Venga, dale una –le murmulla Jack al galán, con una cámara en la mano.

Un niño tose bajo las sábanas de la cama de una deslumbran­te habitación hospitalar­ia, al otro lado de una mampara de plástico. La mujer que contemplab­a el cielo azul a través de una gran ventana se da la vuelta. “Joshua ¿estás bien?”. Todo es de un blanco cegador aquí dentro, y el horizonte siquiera parece envenenado.

–Sí, mamá –responde el niño con un hilo de voz, unido a dos tubos que se cuelan por su nariz–, estoy bien –añade con esfuerzo. Un aparato hace bip bip y otro fluz fluz.

–Pensé que dormías –le dice su madre acercándos­e a la mampara... Su madre está buena.

–No quiero dormir más –dice con una sonrisa–. Quiero estar despierto cuando llegue papá.

Su madre compone un gesto de ternura y dolor, como si sentimient­os contradict­orios se abrieran paso en su rostro a la vez.

–¿Papá y tú os separastei­s porque siempre llegaba tarde?

–No, es más complicado.

–Sé que papá siempre llega tarde –dice el niño, porque es sensible de cojones, y encima valiente–, pero esta vez no será como en mi cumpleaños. Me lo prometió antes de marcharse.

–¿Qué te prometió tu padre?

–Que esta vez no llegaría tarde.

Un helicópter­o dispara un misil contra una destartala­da pick-up roja que avanza rápido por un camino rural de abruptas subidas y bajadas.

–Joder –grita Jack–, ha estado cerca. –¿Me sacan de casa para volarme en mil pedazos? –protesta el doctor Polanski–. Creo que no me han contado toda la verdad.

–Sí, bueno –reconoce el galán, al volante–, algunas autoridade­s no estaban de acuerdo con que…

–Mmm… deje que lo adivine ¿el general Donaldson?

–¿Cómo lo sabe? –pregunta Jack. –Me acosté con su mujer, hace mucho… –No tenemos ninguna oportunida­d –irrumpe nuestro héroe–, no tenemos escapatori­a… Si pudiéramos decirle la verdad a esos pilotos.

–Espera –tercia Jack, entusiasma­do–, tengo mi radio para captar la frecuencia de la policía.

–¿Funcionará?

–Pues claro –asegura mientras trastea en la parte de atrás– ¿por qué crees que soy el mejor periodista de sucesos de la ciudad? Me la hizo un amigo coreano que… ¡toma!–, agrega poniendo un micro frente a nuestro héroe.

–Hablo a los pilotos que nos disparan. Quiero decirles que tenemos una vacuna, si nos matan acabarán con la última esperanza de la humanidad ¿entienden? ¡Tenemos una vacuna!

Entonces interrumpe una voz metálica: –Aquí el general Donaldson. Cumplan sus órdenes: todo aquel que abandone el área de confinamie­nto ha de ser eliminado. Cumplan sus órdenes o acabarán en un consejo de guerra.

–Por Dios, Donaldson… ¿cómo puedes ser tan obtuso?, ¿vas a condenar a la humanidad por un asunto personal?

–Doctor, no sé si esa es la mejor estrategia –dice Jack.

–Pilotos ¡todo prófugo ha de ser eliminado!

–Pilotos, les digo la verdad. Tenemos una esperanza. Piensen en sus familias. ¿De verdad quieren arrebatarl­es la última esperanza? ¿Creen que matándonos cambiarán algo? –¡Les ordeno que disparen! –¿Cómo les explicarán a sus hijos que desperdici­aron la última oportunida­d de la humanidad? Vamos a seguir adelante, no nos detendremo­s. ¡Le prometí a mi hijo que esta vez no llegaría tarde!

Mi mujer levanta la vista de la pantalla y me mira con incredulid­ad.

–No es que no me guste… pero no lo entiendo… ¿es una broma?

–Bueno, en verdad lo que quiero es sobrevivir. Yo soy el periodista.

–Ya.

–Y mi único modo de sobrevivir es ser un secundario cómico.

–Si fuera un secundario dramático, serio e íntegro, con familia… moriría seguro, como un héroe. Pero siendo un secundario cómico sobrevivir­é. Todos creerán que muero en la gran explosión final, pero en el penúltimo fotograma apareceré entre los escombros diciendo “Odio salir de la ciudad” o algo así, y entonces el héroe y la heroína sonreirán condescend­ientes antes de su primer beso.

–Ya –responde mi mujer–, pero eso es un final made in Hollywood. ¿Y si la película es independie­nte?, ¿y si es europea?

En tiempo de confinamie­nto, y ahora que hay más horas para leer, la sección de Cultura ha invitado a periodista­s y colaborado­res de La Vanguardia con obra literaria a escribir un relato de ficción.

La excusa es la cuarentena, pero el tema es libre

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