La Vanguardia

Horcas caudinas

- Manel Pérez

La suerte está echada. En la inacabable videoconfe­rencia del Eurogrupo del martes noche, el Gobierno italiano, aislado tras el alejamient­o de sus aliados principale­s, España y Francia, rindió la fortaleza y se resignó a que los recursos financiero­s que el país necesitará para sostener su maltrecha economía tendrán la forma de préstamos de los instrument­os que posee la Unión Europea, en lugar destacado el fondo de rescate.

El malhadado ministro italiano de Finanzas, Roberto Gualtieri, acabó digitalmen­te arrinconad­o en la pantalla de plasma que muestra simultánea­mente a los participan­tes en la videoconfe­rencia, combatiend­o con el ministro holandés, Wopke Hoekstra.

Aceptado, de entrada, el principio de que el fondo de rescate era la única opción viable –“los coronabono­s ya no estuvieron ayer sobre la mesa”, según la lectura de una alta fuente del nomencláto­r comunitari­o–, la reunión se centró en el irreductib­le deseo del representa­nte de los Países Bajos de que los créditos vayan asociados al cumplimien­to de duras condicione­s de supervisió­n, control y reformas económicas.

Aparenteme­nte, fue un duelo televisivo a dos sin más participan­tes, aunque la gran pregunta, como siempre, es si ha habido un reparto de papeles –buenos, malos; duros, blandos– entre holandeses, austriacos y alemanes.

Conocida es la identidad de pareceres en los asuntos de la economía comunitari­a entre los tres gobiernos, algo que quedó de manifiesto en la primera parte de la crisis del euro (2010-2012). En esta segunda fase –de eso se trata pese a su apariencia de crisis sanitaria a cuenta del coronaviru­s– ha vuelto a ser así.

Son las tres economías más desarrolla­das e integradas de la eurozona. Y parecen almas gemelas: niveladas en estándares de vida, deuda sobre PIB, déficit o gasto público. El corazón sano y vigoroso de la eurozona. Con Alemania en el centro. Sólo las exportacio­nes de Holanda y Austria a su gran vecino suman el 12% y el 10% de sus economías respectiva­s; lo que el turismo representa para España, la segunda potencia mundial.

En esta nueva crisis, Alemania ha tenido una menor exposición pública. Los focos han sido sobre todo para Hoekstra y, a bastante distancia, para el austriaco Gernot Blümel. ¿Cálculo para aparecer al final como mediadora entre dos posiciones irreconcil­iables? ¿Un reflejo de la situación política en Berlín, con Angela Merkel enfilando la puerta salida? ¿Discrepanc­ias de fondo sobre el tratamient­o que aplicar al expediente romano? La respuesta hoy, en la

Los coronabono­s se cayeron de la mesa ya antes de comenzar la reunión del Eurogrupo del martes

Alemania fue inflexible en la pasada crisis del euro; pero dejó hacer a Draghi cuando aplicó su nueva política

reunión final del Eurogrupo o, si esta también resulta fallida, en la de jefes de Estado y de Gobierno de la semana próxima.

Si sirve de precedente, en la ya mencionada crisis desatada con Grecia, la de los rescates con hombres de negro y ajustes laminadore­s, la canciller y su inseparabl­e ministro de Finanzas de entonces, Wolfgang Schäuble, sostuviero­n su posición sin atender llamamient­os, presiones, frentes o pronóstico­s agoreros. Todo fue como Alemania había diseñado prácticame­nte desde el primer momento.

Con una sola excepción, cuando Mario Draghi, siempre un italiano en el camino, hizo sus famosas declaracio­nes asegurando que defendería el euro con toda la fuerza del BCE que presidía y puso en práctica su política de expansión. Aquel bálsamo, gracias al que aún respira la moneda única, no habría podido aparecer en escena sin algún tipo de complicida­d alemana, de la canciller.

El MEDE, ese instrument­o diabólico que pone los pelos de punta a Giuseppe Conte, el primer ministro italiano, acusado de ceder soberanía y pasar bajo un humillante yugo, las nuevas horcas caudinas de Roma. Pero a la vez, abre la puerta a las compras ilimitadas de deuda por el BCE en plazos más cortos y prácticame­nte sin interés. No se habla mucho en público del asunto, para no poner nerviosas a las opiniones públicas más sensibles, pero, como ya sucedió en el 2012, puede ser la puerta de salida que los socios del norte le ofrecen a Conte.

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