La Vanguardia

La UE ahorra hasta en empatía

- FUTUROS IMPERFECTO­S Màrius Carol

Juan Luis Cebrián explica en sus memorias (Primera página) que en su bachillera­to solo le suspendier­on la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, porque le preguntaro­n qué era la patria e improvisó una respuesta: “Es el lugar donde se nace”. Pero el cátedro le siguió interrogan­do: “¿Y si usted nace en un avión?”. La contestaci­ón no fue muy atinada: “Pues el país sobre el que en este momento vuela”. El profesor, refocilánd­ose, aún le inquirió: “¿Y si lo hace sobre el mar?”. Si Cebrián, que era poco más que un niño, hubiera sabido de Rainer Maria Rilke, Charles Baudelaire ode Antonie de Saintexupé­ry, hubiera podido defenderse diciendo que la patria era su infancia. Claro que tampoco habría evitado el suspenso, porque la única respuesta correcta del libro de FEN –creo recordar que se llamaba Vela y ancla– no ofrecía dudas: la patria era una unidad de destino en lo universal.

Me ha venido a la cabeza esta anécdota viendo que Europa parece haber renunciado a ser esa patria común que imaginaron Konrad Adenauer, Jean Monnet, Robert Schuman o Alcide De Gasperi. Y que desde luego el patrioteri­smo del régimen franquista abominaba, porque aquel nuevo concepto de patria de basaba en valores como la libertad, la solidarida­d o la concordia. Pero también en la prosperida­d y el respeto. En las últimas horas, quienes nos sentimos profundame­nte europeos estamos entristeci­dos ante dos noticias que llegan de Bruselas: la dimisión de Mauro Ferrari, jefe del Consejo Europeo de

Investigac­ión, “profundame­nte decepciona­do” por la falta de una respuesta común a la pandemia de la UE, y el fracaso del Eurogrupo en ofrecer una salida económica a los países más afectados por la Covid-19. Europa no es el espacio de la solidarida­d comunitari­a, sino de los egoísmos nacionales. No es ni siquiera un territorio con liderazgo suficiente para marcar los criterios de actuación ante una epidemia de esta intensidad. O dicho en pocas palabras: si la UE es incapaz de dar una salida científica y económica a una crisis de tal magnitud, ¿cuál es su sentido? Y no solo eso, la falta de empatía de determinad­os dirigentes con la gente que lo está pasando mal o que simplement­e está muriendo, sus discursos populistas –en ocasiones incluso zafios– mostrando una superiorid­ad moral de algunos países del norte, está más cerca de lo que supuso el gran desastre de Europa que de la alternativ­a que los padres de la Unión imaginaron para el futuro del continente.

La Unión Europea necesita líderes que se la jueguen en los momentos difíciles, intelectua­les que construyan su relato en el siglo XXI y políticos que luzcan en su ojal el escudo de la solidarida­d y no el emblema de no se sabe qué superiorid­ad. Jean Monnet lo dijo al inicio del proyecto común: “Europa se construirá gracias a las crisis o no se construirá”. Las crisis nos obligan a avanzar juntos, a dar lo mejor de nosotros mismos, a arriesgar para buscar alternativ­as. Europa merece que nos la sintamos como la patria de todos, nazcamos en un avión o en tierra firme, sobre el mar o en una cama de hospital.

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