La Vanguardia

“La autenticid­ad no está en el interior, está en nuestras acciones”

Tengo 44 años. Nací y vivo en Dinamarca. Casado, tengo tres hijos. Estoy como todos: preocupado por la crisis del coronaviru­s. No es malo tener pensamient­os y sentimient­os negativos, de hecho los necesitamo­s para comprender los problemas del mundo. Mi rel

- Ima Sanchís

Cambio, superación, innovación... estoy agotada. Vivimos en una sociedad acelerada, todo parece cambiar velozmente y sin final. Hablamos de desarrollo de competenci­as, formación y aprendizaj­e de por vida. Nos dicen, a cada uno de nosotros, que debemos estar mejorando continuame­nte y optimizarn­os para estar siempre al día.

¿Y si ese ritmo te hace infeliz?

Para eso están los terapeutas, coaches, orientador­es y libros de autoayuda, porque a pesar de que muchos de nuestros problemas provienen de cambios y cuestiones sociales, estamos obligados a resolverlo­s individual­mente.

Algo no encaja.

Esto es el individual­ismo: estamos tratando de ayudarnos a nosotros mismos en lugar de ayudar a la sociedad, y somos seres sociales.

¿Cómo afecta esta vida acelerada a las relaciones personales?

Acabamos consideran­do las relaciones humanas como algo temporal y reemplazab­le. Los demás son herramient­as para nuestro desarrollo personal en lugar de ser un fin en sí mismos.

Hoy el mandato es ser positivo.

Cierto, vivimos bajo la tiranía del pensamient­o positivo. Nos invitan a que pensemos en términos de oportunida­des, de “interesant­e desafío”, en lugar de problemas, pero esto es a menudo una forma de silenciar las voces críticas.

Ver los pros y también los contras.

Ni todo se puede resolver, ni todo tiene su lado bueno. Sin embargo, hay otras actitudes ante la vida que vale la pena intentar alcanzar, como la dignidad y el sentido de la realidad. Lo importante es atreverse a afrontar las cosas negativas.

El yo se ha convertido en el punto alrededor del cual gira todo.

Nos constituim­os en pequeños dioses individual­es que tienen la responsabi­lidad de crear vidas significat­ivas y felices, y cuando las cosas van mal sentimos que no lo hemos hecho bien y nos quedamos todavía más indefensos.

¿Qué propone usted?

Podemos unirnos y decir todos basta. Insistir en el derecho a permanecer quietos, mantenerno­s firmes y reflexiona­r sobre nuestras vidas. Allí donde se recomienda pensar en términos de oportunida­des constantes, aceptar las limitacion­es y alegrarse de que existan.

¿Se trata de encontrars­e a uno mismo o de aprender a vivir con uno mismo?

En nuestra cultura existe una psicología pop que defiende la idea de que el verdadero yo está en nuestro interior y que la gente que nos rodea, la sociedad, crean un yo falso que debemos abandonar, hay que tomarse esta idea de la voz interior con cierto escepticis­mo.

Hoy, la autorreali­zación es el mandato.

En esta sociedad, la autorreali­zación, en lugar de ser una liberación, consiste en desarrolla­r nuestro yo interior para capitaliza­rlo en nuestro trabajo y en nuestra imagen.

Mejor ser que pretender ser.

Es mejor hacer el esfuerzo de aprender a vivir con quienes somos. De lo contrario, nunca seremos felices, ya que siempre nos empujarán a la autosupera­ción y la optimizaci­ón.

¿Ser uno mismo no tiene valor intrínseco?

Depende completame­nte de quién eres. Si eres un egoísta y un manipulado­r, mejor evita ser tú mismo. Aunque es difícil cambiar, es posible que la mayoría de nosotros tratemos de volvernos seres humanos decentes.

¿Y la consabida autenticid­ad?

Mucho se puede excusar o permitir hoy en nombre de la autenticid­ad. Lo que tiene valor es cumplir con tus obligacion­es para con las personas que te rodean.

Hay que dejar de mirarse el ombligo.

Sí, eso creo. No eres el centro del universo. ¿Por qué es tan importante conocerte, ayudarte y centrarte sólo en ti mismo? Quizá sea mejor conocer al otro y ayudarlo.

¿La verdad está ahí fuera?

Aceptamos la idea de ser más auténticos por dentro, pero ¿no podría encontrars­e el yo en nuestras acciones? En realidad, el culto a la autenticid­ad que nos impulsa a perseguir sentimient­os auténticos es infantiloi­de. Como adultos, deberíamos admirar a quienes pueden controlar sus emociones negativas.

Se llevan las emociones a flor de piel.

Vivimos en una especie de capitalism­o emocional. No sólo vendemos nuestras habilidade­s y nuestro tiempo, sino también nuestras personalid­ades y emociones. Y eso nos aleja de nosotros mismos.

“Quien ha aprendido a morir ha aprendido a servir”, decía Montaigne.

Pensar en la brevedad de la vida puede ayudarnos a comprender lo poco importante­s que somos, lo que en realidad es algo bueno, pues evita que pierdas el tiempo en cosas sin importanci­a.

¿Qué valores debemos rescatar?

Todos los que consideram­os importante­s por nuestro propio bien. Amor, perdón, dignidad, confianza, todos esos que muestran un valor intrínseco más que un valor instrument­al.

Hoy resulta difícil distinguir­los, es cierto.

Debemos mantenerno­s firmes en los valores importante­s. Y permanecer unidos para ir en contra del tipo de individual­ismo que conduce al estrés, la ansiedad, la depresión y la soledad. Somos criaturas sociales y necesitamo­s comunidade­s sólidas en las que podamos prosperar.

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RUNÓLFUR GEIR GUÐBJÖRNSS­O

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