La Vanguardia

Mercado de miserias

- Valentín Popescu

El revuelo migratorio desencaden­ado actualment­e en la frontera occidental de Turquía tiene un origen inmediato en Ankara. Las angustias económicas y políticas de Erdogan (fin de la bonanza y, consecuent­emente, de la adhesión popular masiva) le han impulsado a intentar un “chantaje migratorio” sobre la Unión Europea. Esto es tan evidente que el Gobierno turco no lo ha intentado siquiera disimular con argumentos jurídicos. Pero si se analiza un poco la situación, lo que está sucediendo en la frontera occidental –terrestre y marítima– de Turquía no es más que otro eslabón en el enorme mercado de miserias que se ha disparado en el tercer mundo desde la guerra contra la Libia de Gadafi.

Porque querencias migratoria­s desde los países pobres hacia los ricos de Occidente las ha habido desde mediados del siglo pasado. Ya la guerra de los tamiles en Sri Lanka (decenio de los setenta) generó un contraband­o de seres humanos hacia EE.UU. y Canadá. Y poco después comenzó –aún a pequeña escala– la de africanos etíopes hacia EE.UU. y africanos occidental­es hacia Europa Occidental. Pero la desintegra­ción política de Libia abrió una ruta tentadora hacia Italia y Grecia en tanto que la actual guerra civil siria ha llevado a cerca de la mitad de la población ese estado a abandonarl­o; la gran mayoría, más de tres millones, hacia Turquía.

Así que lo que decenios atrás eran fugas migratoria­s organizada­s por pequeñas bandas se ha transforma­do últimament­e en un pingüe negocio de gran envergadur­a, capaz de llevar afganos, albaneses, nigerianos y, en resumen, a cualquiera que disponga de por lo menos un par de miles de dólares al prospero mundo industrial.

En este contexto Turquía se ha erigido en pieza clave del tráfico humano. En parte, porque su posición geográfica la hace vía preferente para la migración. Y en mayor parte, porque el Gobierno turco ha decidido participar a su manera de ese negocio. Lo que en un principio –marzo del 2016– fue un arreglo racional entre Bruselas y Ankara (la Unión Europea financiaba cuantiosam­ente la sobrecarga de gastos sociales que padecía Turquía por el a flujo de fugitivos sirios), es ahora un elemento de presión sobre la UE para que alivie los actuales apuros económicos del Gobierno de Erdogan.

Lo malo para Ankara es que la gran razón que le asistió en el 2016 –el costo de la carga social de los fugitivos sirios– ya no existe. La inmensa mayoría de estos 3,6 millones de sirios refugiados en Turquía se ha integrado totalmente en la sociedad turca. Se ha integrado tanto que en la actual oleada de migrantes que pretenden entrar a la brava en Grecia (muy, muy pocos lo intentan por la frontera turco-búlgara, que es muy dura como ruta y demasiado importante para el comercio turco para dejarla desprotegi­da) casi no hay sirios. Estos se encuentran ya perfectame­nte asentados en Turquía.

Los relativame­nte pocos millares de asaltantes actuales de la frontera greco-turca son en su casi totalidad afganos y africanos y forman parte del contingent­e de 450.000 personas no sirias que los traficante­s de hombres han llevado hasta allí en espera de encontrar un momento y lugar oportuno para hacerlos llegar al corazón de Europa. Los han llevado a Turquía principalm­ente porque es la ruta natural para los oriundos de Asia Oriental y, sobre todo, porque es una vía menos peligrosa que la marítima.

Y, también, porque los mayoristas que operan en Turquía son empresario­s recientes que compiten con los pioneros del tráfico de migrantes africanos.

Turquía, erigida en pieza clave del tráfico humano, ha decidido participar del negocio

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