La Vanguardia

El choque emocional del inicio y final de la vida

- ALBERT BATET Presidente del grupo parlamenta­rio de Jxcat SERGI QUITIAN

En el mes y tres días que lleva confinado Albert Batet ha experiment­ado una “mezcla de emociones”, como él mismo relata con ambivalenc­ia. Sentimient­os opuestos entre “el sufrimient­o que padecen muchas personas” por la pandemia, y que él mismo ha vivido en primera persona con la muerte de su abuela, y la posibilida­d de “disfrutar más de la familia”, que en su casa se traduce en gozar, junto a su mujer, del día a día del crecimient­o de su hijo de un año. “La vida que acaba y la vida que comienza”, describe.

Ansía el primer día que pueda salir de casa para llevarle flores al cementerio. El adiós que no ha tenido. Mientras, su hijo, el pequeño Albert, dicta los horarios. “Te lo acaba organizand­o todo, cuando se levanta te activas, cuando tiene hambre, comes”. Cuando toca jugar, a hacer castells, que por algo tiene sangre de Valls. Y cuando va a la cama, la desconexió­n diaria: la miniserie alemana Unorthodox, que narra la historia de liberación de una joven judía que huye de su círculo ultraortod­oxo. La lectura, estos días, la copan informes de todo tipo sobre la emergencia sanitaria. “Es bonito porque hay cosas que segurament­e me hubiera perdido”, admite Batet, en referencia a los primeros pasos de su hijo, que ha empezado a andar. Lo celebraron, junto a su primer cumpleaños, en una videoconfe­rencia con toda la familia.

El presidente del grupo parlamenta­rio de Jxcat está acostumbra­do a las vías telemática­s. “Forma parte de nuestra rutina diaria desde el 2017 por el exilio”, recuerda. Desde primera hora participa en la reunión de coordinaci­ón con consellers y representa­ntes de Jxcat en la Eurocámara,

Parlament, Congreso y ayuntamien­tos. A esta le siguen infinitas citas con su equipo y con el grupo parlamenta­rio, pero también con agentes sectoriale­s. “La conciliaci­ón con el teletrabaj­o es igual o más complicada”, concluye.

Batet subraya que la crisis, al final, “acelera muchos cambios que estaban latentes” en todos los ámbitos. En el suyo, “demuestra que se puede gobernar un país de forma digital”. Él exprime la experienci­a de sus 12 años como alcalde de Valls. “La gestión de la primera línea, con crisis de todo tipo”, enfatiza.

Ahora vive, confinado, en L’arboç (Tarragona), un pueblo de 5.500 habitantes a poco más de 70 kilómetros de Barcelona. Ello les da cierta tranquilid­ad. “Puedo estar cinco días sin salir de casa”, explica. Y cuando sale es para ir a comprar al pequeño comercio de al lado. No se quiere perder ni un paso de su hijo.

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