La Vanguardia

Medidas excepciona­les en la enseñanza

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Hay en España cerca de diez millones de estudiante­s. Alrededor del 16% son universita­rios, y el resto están matriculad­os en cursos de enseñanza primaria, secundaria o bachillera­to. Todos ellos dejaron de asistir a sus respectivo­s centros educativos hace ya más de un mes, para así contribuir a frenar la expansión del coronaviru­s. Este parón ha planteado dos tipos de problemas: los referidos a la formación académica y los relacionad­os con la salud colectiva. Los académicos tienen que ver con las dificultad­es para garantizar la formación y unos sistemas de evaluación justos. Los de salud, con la posibilida­d, en una fecha todavía no determinad­a, de volver a clase sin bajar la guardia ante la epidemia.

La ministra de Educación, Isabel Celaá, mantuvo ayer una reunión decisiva con los consejeros homólogos de las distintas comunidade­s autónomas. De esta reunión surgieron diversos acuerdos, siendo el más relevante que todos los alumnos de enseñanzas regladas no universita­rias promocione­n. Es decir, que superen el curso y pasen al siguiente. No se descarta que haya algunos repetidore­s, pero serán pocos.

Las autoridade­s educativas han hecho hincapié en que esta promoción –de la que quedan excluidos los alumnos de segundo de bachillera­to y los que hubieran suspendido los dos primeros trimestres– no debe ser equiparada en ningún caso a un aprobado general. Como su nombre indica, el aprobado general supone que todos los alumnos acceden al siguiente curso con la misma nota: un aprobado. En el caso de la promoción, que es el que nos ocupa, cada estudiante tendrá su propia nota, que se computará a partir de las evaluacion­es previas de los dos primeros trimestres, que fueron presencial­es, y se podrá además mejorar con las labores a distancia que se efectúen en el tercer trimestre. Quienes lo precisen podrán recuperar alguna asignatura durante el curso siguiente.

Respecto a los universita­rios, cabe añadir que en la reunión mantenida ayer por el ministro de Universida­des, Manuel Castells, y sus homólogos autonómico­s se estudiaron ayudas para garantizar becas a los estudiante­s perjudicad­os económicam­ente por la pandemia.

Creemos que la solución alcanzada para la enseñanza no universita­ria, sin ser perfecta –tampoco lo es la coyuntura–, resulta aceptable. No nos lo hubiera parecido un aprobado general, entre otras razones porque anunciarlo a estas alturas del curso hubiera podido fomentar la lasitud de no pocos estudiante­s. Pero es convenient­e subrayar dos factores particular­es que han concurrido en esta circunstan­cia y han propiciado una solución salomónica. Uno es la desigualda­d digital: se calcula que el 10% –si no más– de los alumnos carece en casa de recursos informátic­os para trabajar confinados durante este tercer trimestre, y que hubiera sido injusto que tales carencias fueran a la postre discrimina­torias. El otro es que, a su vez, dichas carencias no hubieran justificad­o un aprobado general que perjudicar­a a quienes aspiran a las mejores notas.

Además de los problemas académicos están, como apuntábamo­s al principio, los sanitarios. Ambos aconsejaba­n una solución como la adoptada. Los sanitarios, porque por mucho que se hubiera acelerado el fin del confinamie­nto, no hubieran decaído las precaucion­es de distancia social. Y es obvio que muchos colegios, escuelas y facultades no reúnen las condicione­s para volver a clase y respetarla­s como es debido.

¿Qué enseñanzas se desprenden de esta crisis educativa? La principal quizás sea que persiste un importante déficit digital en la educación española, sobre todo en la no universita­ria. Hay en Barcelona, por ejemplo, escuelas con un desarrolla­do entorno digital. Pero también hay otras donde la única comunicaci­ón posible no presencial es la telefónica. Queda, pues, por delante una gran tarea que realizar.

La gran mayoría de los alumnos no universita­rios superarán el curso gracias al acuerdo alcanzado ayer

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