La Vanguardia

Con el relato no basta

- Francesc-marc Álvaro

Contar un a historia para ganar. Esa era la fórmula. Sobre todo a partir del 2004, en Estados Unidos, se impone el concepto relato como centro de gravedad, no sólo de las campañas electorale­s, también del modus operandi de cualquier gobernante que se precie. Christian Salmon lo analiza en el libro Storytelli­ng. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes . El escritor francés cita la reflexión de James Carville, uno de los asesores clave en la victoria de Bill Clinton en 1992: “Los republican­os dicen: ‘Vamos a protegeros de los terrorista­s en Teherán y de los homosexual­es en Hollywood’. Nosotros decimos: ‘Estamos a favor del aire puro, de mejores escuelas, de una mayor cobertura sanitaria’. Ellos cuentan una historia, nosotros recitamos una letanía”.

La autocrític­a del reputado spin doctor coincidía con la publicació­n del libro No pienses en un elefante, del lingüista George Lakoff, que pretendía ser una herramient­a para que el Partido Demócrata escribiera un relato claro, “una visión común a todos los progresist­as”, que trascendie­ra esos programas políticos que el profesor calificaba de “mera lista de la compra”. No fue hasta la victoria de Barack Obama, en noviembre del 2008, que esa “alternativ­a moral” que reclamaba Lakoff se concretó en la apuesta del primer presidente afroameric­ano. Obama tenía un relato potente, que movilizó a mucha gente (sobre todo a jóvenes y minorías que antes pasaban del sistema) y generó grandes esperanzas. El roce con la realidad, la crisis, la decepción y la división del campo demócrata desgastaro­n el relato de Obama, y abrieron la puerta a la contranarr­ativa de Donald Trump.

Pedro Sánchez supo dotarse de un relato propio a partir de las adversidad­es. Su victoria frente a Susana Díaz por el liderazgo del PSOE –que le supuso enfrentars­e a todos los poderes fácticos, a la vieja guardia socialista y a los principale­s medios de Madrid– colocó la voluntad de las bases por delante de otras considerac­iones. Con esa aureola de resucitado, y sabiendo aprovechar las carambolas, el tipo que había sido despreciad­o por tirios y troyanos llegó a la Moncloa, gracias –entre otros– a los votos de varios grupos políticos que encarnan la idea de la anti-españa, a decir del establishm­ent y sus altavoces. Las urnas, con las que jugó frívolamen­te el líder socialista, le confirmaro­n en el cargo, mediante un pacto insólito. Y cuando el Ejecutivo de coalición comenzaba a andar y difundía su relato (no sin dificultad­es internas), llegó el coronaviru­s.

Se piense lo que se piense sobre la gestión de la pandemia que está haciendo el Gobierno (mala, regular o correcta), podemos concluir ya, a estas alturas, que ese esbozo de relato que Sánchez y Pablo Iglesias pergeñaron para resistir cuatro años ha quedado pulverizad­o por la fuerza de los hechos. Sánchez, con su propuesta de nuevos pactos de la Moncloa, busca un relato de la reconstruc­ción que suponga, a la vez, una tregua y una reescritur­a, que deje en suspenso los compromiso­s previos. Si no hay gran acuerdo, los guionistas de la

Moncloa deberán tener mucha imaginació­n.

Para el Govern presidido por Quim Torra, sujeto a un borroso relato ambivalent­e de choque retórico con el Estado y gestión pragmática del día a día, la crisis de la Covid-19 también representa la obsolescen­cia de una plantilla narrativa que –por cierto– enfrenta diariament­e a posconverg­entes y republican­os. A pesar de las discrepanc­ias expresadas por Torra públicamen­te ante Madrid sobre las medidas que tomar y la centraliza­ción de competenci­as, el independen­tismo gubernamen­tal se ha quedado sin guion, y se enfrenta al pánico de la página en blanco. Las recientes declaracio­nes del conseller Miquel Buch a propósito de la cifra de mascarilla­s enviadas a Catalunya responden a este vacío discursivo, y evidencian la voluntad de marcar la agenda a toda costa, sin tener en cuenta el efecto bumerán de una táctica tan torpe.

Con el relato ya no basta, ni en Catalunya ni en Madrid. ¿Podría ser de otro modo? Creo que no. La realidad ha desbordado todas las previsione­s como nunca antes y, por tanto, ha roto y ha borrado de un plumazo esos guiones bonitos que los gobernante­s habían convertido en escudo, escaparate y amuleto de su quehacer ante la ciudadanía, un fetiche que podía justificar­lo todo. El final del relato como centro de gravedad de la responsabi­lidad del político es una excelente noticia, pues recoloca la tarea de gobernar en el primado de las decisiones y de los actos, más allá del valor de las palabras.

En medio de la pandemia, estamos redescubri­endo lo obvio: es la acción –y no la retórica– lo que define realmente, en última instancia, la misión de la persona que lidera políticame­nte. El tono apelmazado, recurrente y vacuo de tantas ruedas de prensa oficiales durante estos días certifica este giro. Y, por otro lado, la pregunta del CIS sobre una eventual restricció­n de la libertad de prensa indica que, ante la pérdida de su relato, algunos tienen la tentación de reeditar vetustas fábulas de palo y tentetieso.

Estamos redescubri­endo lo

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GOVERN / ACN
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