Cerremos la vieja escuela, abramos la nueva
El encierro comenzó por las escuelas. Iba a ser un pequeño parón y puede que el curso no acabe en las aulas. Primero se pensó en substituir aquello que se hacía de manera presencial, después se descubrió que se trataba de otra manera de hacer escuela.
La pandemia ha hecho salir a flote las muchas contradicciones e incoherencias, disimuladas a duras penas, que tenía y tiene nuestra escuela. Algunas cosas de las que hacíamos en el aula ya no se pueden hacer. Probablemente era algo que ya no debíamos hacer.
En estos momentos, no deberíamos estar pensando en cómo acabar el curso (bajemos simplemente la persiana sin hacer daño), deberíamos estar pensando en cómo construir (imaginando, también, qué hacer con el verano) una nueva escuela. ¿Qué ha pasado con la vieja escuela y en qué deberíamos pensar para que pueda ser de otra manera?
La primera lección aprendida estos días es que, para muchas escuelas y muchos profesionales, los alumnos eran perfectos desconocidos. Nunca tuvieron el encargo oficial de personalizar la educación, de conocer la mochila familiar, social y personal, con la que entran cada día en clase. La nueva escuela ha de poder ocuparse en primer lugar del acompañamiento educativo personalizado.
Con la pretensión de educar a distancia –dado que en casa no tienen las adecuadas pantallas y conexiones– ha aparecido la desigualdad oculta. La nueva escuela habrá de garantizar “beca de
Con la pretensión de educar a distancia –pantallas y conexiones– ha aparecido la desigualdad oculta
comedor” y “wifi potente gratis” en diferentes entornos. Pero, deberá comenzar por reconocer que no se pueden ignorar las diferencias familiares en la tarea de educar aprendiendo. La nueva escuela, que forma parte de un barrio, de una comunidad, ha de plantearse, de entrada, cómo compensar las oportunidades que una parte de su alumnado no puede tener en casa (en un futuro que será todavía más empobrecido).
Estos días, una parte singular de los alumnos ha descubierto otros saberes, ha aprendido más y lo ha hecho de otras maneras. Pensar la nueva escuela significa observar de nuevo cómo aprenden, cómo se aprende y se enseña en el mundo actual, digital, en red, diverso y cambiante.
Algunas de las propuestas supuestamente digitales no son otra cosa que clases telemáticas. El encierro ha multiplicado exponencialmente su pregunta de “¿por qué tengo que aprender esto?”. Nuestras respuestas continúan siendo absurdas. La nueva escuela se basa en mantener la curiosidad, las ganas de hacerse preguntas, el placer de sentir que se aprende. Espero que el virus mate la pasión por el currículo.
Las familias han descubierto que existía la escuela y que hacía algo más que controlar y cuidar. La sensatez dicta que volvamos a construir una escuela educativamente compartida.