La Vanguardia

Cerremos la vieja escuela, abramos la nueva

- Jaume Funes Pedagogo

El encierro comenzó por las escuelas. Iba a ser un pequeño parón y puede que el curso no acabe en las aulas. Primero se pensó en substituir aquello que se hacía de manera presencial, después se descubrió que se trataba de otra manera de hacer escuela.

La pandemia ha hecho salir a flote las muchas contradicc­iones e incoherenc­ias, disimulada­s a duras penas, que tenía y tiene nuestra escuela. Algunas cosas de las que hacíamos en el aula ya no se pueden hacer. Probableme­nte era algo que ya no debíamos hacer.

En estos momentos, no deberíamos estar pensando en cómo acabar el curso (bajemos simplement­e la persiana sin hacer daño), deberíamos estar pensando en cómo construir (imaginando, también, qué hacer con el verano) una nueva escuela. ¿Qué ha pasado con la vieja escuela y en qué deberíamos pensar para que pueda ser de otra manera?

La primera lección aprendida estos días es que, para muchas escuelas y muchos profesiona­les, los alumnos eran perfectos desconocid­os. Nunca tuvieron el encargo oficial de personaliz­ar la educación, de conocer la mochila familiar, social y personal, con la que entran cada día en clase. La nueva escuela ha de poder ocuparse en primer lugar del acompañami­ento educativo personaliz­ado.

Con la pretensión de educar a distancia –dado que en casa no tienen las adecuadas pantallas y conexiones– ha aparecido la desigualda­d oculta. La nueva escuela habrá de garantizar “beca de

Con la pretensión de educar a distancia –pantallas y conexiones– ha aparecido la desigualda­d oculta

comedor” y “wifi potente gratis” en diferentes entornos. Pero, deberá comenzar por reconocer que no se pueden ignorar las diferencia­s familiares en la tarea de educar aprendiend­o. La nueva escuela, que forma parte de un barrio, de una comunidad, ha de plantearse, de entrada, cómo compensar las oportunida­des que una parte de su alumnado no puede tener en casa (en un futuro que será todavía más empobrecid­o).

Estos días, una parte singular de los alumnos ha descubiert­o otros saberes, ha aprendido más y lo ha hecho de otras maneras. Pensar la nueva escuela significa observar de nuevo cómo aprenden, cómo se aprende y se enseña en el mundo actual, digital, en red, diverso y cambiante.

Algunas de las propuestas supuestame­nte digitales no son otra cosa que clases telemática­s. El encierro ha multiplica­do exponencia­lmente su pregunta de “¿por qué tengo que aprender esto?”. Nuestras respuestas continúan siendo absurdas. La nueva escuela se basa en mantener la curiosidad, las ganas de hacerse preguntas, el placer de sentir que se aprende. Espero que el virus mate la pasión por el currículo.

Las familias han descubiert­o que existía la escuela y que hacía algo más que controlar y cuidar. La sensatez dicta que volvamos a construir una escuela educativam­ente compartida.

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