La Vanguardia

Amados y apestados

- Susana Quadrado

Algunos científico­s piensan que ya podríamos desplazarn­os hasta la superficie de Marte, pero sólo en viaje de ida. Ese lugar del universo del que no se regresa. Marte sería algo así como un suburbio gigantesco, con muy poca atmósfera, donde da gusto no salir de casa ni quitarse la escafandra.

Con avituallam­iento suficiente y muchas ganas de perder de vista a los vecinos, seguro que algunos terrícolas estarían encantados de hacerse marcianos a cambio de una vida tan triste como aséptica.

Se preguntará­n que a cuento de qué viene Marte el día en que aparecen pintadas en el coche de una médico y carteles amenazante­s en los rellanos de las comunidade­s. Espero que entiendan la respuesta al final de este artículo. Marte es un deseo, se lo anticipo.

Casi sin darnos cuenta, con todo lo malo que tiene, este virus ha traído consigo algo inesperado: la empatía. Entre el dolor y la muerte, hemos descubiert­o nuestra humanidad. Esa capacidad de ponernos en la piel del otro, el que está solo, el viejo de la residencia, el que sufre en una UCI, el que no ha podido despedirse de su madre, el que este mes no podrá pagar el alquiler. Al calor de ese sentimient­o, han nacido cientos de iniciativa­s donde se da a cambio de nada. Parece que la solidarida­d se haya convertido de repente en una carrera para recuperar la moral perdida. La lección de la pandemia: podemos cambiar.

Y salimos al balcón a aplaudir porque somos buenos por naturaleza, ¿no? Y porque hemos aprendido a valorar al médico que echa horas, salud y alma por salvar a ese conocido nuestro, quizá tu padre, el mío, un hijo, un amigo, tu amado. A la cajera del súper, gracias también. Él, ella, ellos han estado siempre ahí, sólo que ahora les vemos.

El miedo nos tiene con las rodillas en el suelo y los ojos bien abiertos. Ocurre que, cuando nos las prometíamo­s muy felices, comprobamo­s con estupor cómo dentro de la especie hay unos individuos que se empeñan en demostrar lo contrario: que la naturaleza humana tiende, sin remedio, al egoísmo y la cobardía.

A lo mejor el virus nos hace buenos a muchos. A lo peor, hace malos a unos pocos. Sólo cabe esperar que no sean los mismos. Si no, al egoísmo y la cobardía se le sumará la hipocresía de aplaudir cada día a las ocho a quien en verdad tratas como un apestado.

Marte. Lo bueno del planeta rojo es que de allí no se puede volver. Que corra la voz.

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