“Trump es el puto amo, como el Joker: se ríe de todos y no necesita dinero de nadie”
Bret Easton Ellis, escritor, que publica ‘Blanco’
No todos los días te descuelga el teléfono una leyenda. Desde su casa de Los Ángeles, Bret Easton Ellis (Lo Ángeles, 1964), el autor de American psycho (1991), una de las novelas más influyentes de su época, atiende a este diario para hablar de su nuevo libro, Blanco (Random House), una especie de autobiografía intelectual a caballo entre el ensayo cultural (mucho cine y literatura), la confesión íntima y las opiniones políticamente incorrectas que va lanzando como hachazos. Si en American psycho el protagonista era un yuppie de Wall Street que se convertía por las noches en un asesino en serie, aquí se trata de él, sin juegos de espejos, un joven que consigue ser escritor de éxito, que se hace famoso y va a fiestas con los actores de Hollywood, toma cocaína en los lavabos, cae en crisis enormes y, en su madurez, cuestiona los lugares comunes del pensamiento progresista.
¿Cuál fue la primera idea del libro.
No fue mía, sino de mi agente: ‘¿Por qué no haces un libro de pequeños ensayos, Bret?’ Cuento lo que supone ser miembro de la generación X, las películas que han cambiado mi vida... Para mí, es una historia intelectual, mía pero también de una época.
Son unas memorias pero atípicas: habla sólo un poco de sus padres, da sólo algunos detalles de sus juergas con famosos...
No quise escribir unas memorias llenas de datos. Hay gente decepcionada, esperan detalles de mis novios, de drogas... Cuento algo pero prefiero hablar del postimperio americano, de Trump, de la mierda de las políticas identitarias... Lo hago a través de detalles personales.
Al público lo que le gusta, claro, es la escena en que esnifo cocaína en un lavabo con Basquiat y pocos meses después se muere. Pero mi libro no es eso.
Elogia las películas de terror que veía de niño...
Eran explosiones sangrientas no pensadas para niños, pero que veíamos. Crecí en los años 70, un mundo construido exclusivamente para adultos en el que no había nada para niños, menos los dibujos del sábado por la mañana y algún estreno de Disney. Eso me ayudó a crecer más rápidamente. Estoy muy agradecido, aprendí que la vida incluye una buena parte de decepciones, desilusiones y penas. No me gustan los lloriqueos. Sueno como un viejo ¿verdad? Me la suda, Menos que cero, mi primer libro, ya sonaba como escrito por un viejo. De niño, me urgía ser un adulto. Ahora todo el mundo está con los videojuegos, pero entonces el mundo infantil no tenía ningún interés. Hoy puedes ser un crío toda tu vida, hasta los 70 años si te da la gana.
En Nueva York usted vivía en el mismo edificio que Tom Cruise. Fuimos vecinos muchos años, unos veinte, desde finales de la década de los 80 hasta que me mudé en el 2006, se lo he alquilado a dos gays españoles monísimos. Tom vivía
arriba mío. Nos encontrábamos en el ascensor, si yo estaba con algún chico y él aparecía dentro, eso les impactaba mucho porque ya era una estrella descomunal. Me identificaba con él, es de mi edad, los dos estábamos en la cresta de la ola, él como actor y yo como escritor. Era enigmático, pero aún no inaccesible, era enérgico, eternamente joven, despreocupado...
¿Qué problema tiene con David Foster Wallace?
No me lo creo como escritor de ficción, lo que realmente era es un gran periodista y reportero, un cronista. En los 80, se dio cuenta de que había mucha gente que se hacía rica muy joven escribiendo una novela, pensó que no seria demasiado difícil, y se puso a hacerlo a los 21 años con La escoba del sistema, claramente influenciada por mi novela
Menos que cero... y fue encumbrado como un genio. No me imagino a un escritor de verdad haciendo algo como La broma infinita, lo siento, me parece una estafa, un fake book, me sorprende –bueno, no– que tanta gente se lo haya tomado en serio. Pegaba a las chicas, las amenazaba con matarlas, sufría serios problemas psicológicos, era increíblemente cruel. ¿Por qué nos lo pintan como un tipo angelical, pánfilo y auténtico? Fue un capullo y un autor menor.
¿Hay una manera políticamente correcta de ser gay?
Hay una manera políticamente correcta de todo: de ser mujer, de ser de color, de ser gay... Soy un mal gay, no soy grupal. Soy un viejos gay, antes nos metían en la cárcel, echo de menos cuando ser gay tenía una parte de juego peligroso, los tiempos de Mapplethorpe, de la novela
Faggots de Larry Kramer. Yo me niego a ser un modelo positivo de vida.
¿Vivimos en una sociedad de víctimas?
Sí. Veo a jóvenes educados en universidades buenas, privilegiados blancos, diciendo que viven oprimidos. ¡Vaya risa! ¿Tu identidad te convierte automáticamente en oprimido? ¿Oprimido, yo? ¡Vamos anda! Si eres gay, mujer, negro... te enseñan a ser víctima. Hay una competición por ver quién es más víctima y el premio del concurso es que el ganador tiene derecho a tener más poder que tú. Lo mejor hoy es ser latina, transexual, mujer y con una minusvalía, esa será la que tengan por modelo. Es con esas ideas como los izquierdistas han matado a la izquierda.
Trump era ya el héroe de su psicópata Patrick Bateman en 1991.
Los chicos de Wall Street lo tenían como su ídolo, Trump era muy famoso, salía en los periódicos cada día, financiaba a los diferentes partidos, era apuesto, se llevaba a todas las chicas, se movía por la ciudad en su limusina, creó un modelo. Se le menciona unas 40 veces en el libro. No era un político, y de hecho formaba parte de la élite progre neoyorquina. Trump es como el Joker, el puto amo, sin reglas, se ríe de todos y no necesita el dinero de nadie.
¿Cuál es el mejor escritor estadounidense vivo?
Jonathan Franzen. Libertad es una obra maestra que me gustaría haber escrito. Las correcciones, también.
“Al público lo que le gusta es cuando esnifo cocaína pero el libro es una historia intelectual”
“Yo soy un viejo gay y echo de menos cuando esto tenía una parte de juego peligroso”