El pacto de Estado urge Los efectos sobre el mundo del libro pueden ser devastadores. España debe seguir el ejemplo de Francia y Alemania
La librería City Lights de San Francisco, mítico punto de encuentro de la generación beat, fundada en 1953 por el poeta Lawrence Ferlinghetti, sufrió rápidamente la embestida de la crisis del coronavirus. Reducidos al mínimo sus ingresos, si la situación se prolongaba mucho iba a verse obligada a cerrar definitivamente. Su directora, Elaine Katzenberg, lanzó una petición de ayuda. La comunidad literaria norteamericana se activó. En poco tiempo han recolectado medio millón de dólares, que, en palabras de Katzenberg, no sólo representan “un derroche de amor”, sino que “nos permitirá estabilizarnos y planificar el futuro”. El veterano Felinghetti, a sus 101 años, ya ha sido informado de que su creación se salvará.
En Estados Unidos, donde el activismo altruista tiene larga tradición, la movilización en favor del libro ha sido inmediata, y medios especializados como Publishers Weekly o Publishers Maketplace van cargados de anuncios de fundraising en favor de librerías en peligro, editoriales pequeñas y otros elementos frágiles.
Entre nosotros la situación es diferente. El Estado de bienestar europeo favorece la intervención pública en material cultural. Pero no todos los países son iguales. En Alemania o Francia la cultura, el libro, constituyen un bien prioritario. El Gobierno de Angela Merkel, en vanguardia, aprobó una partida de 130 millones de euros para el sector cultural. El Centro Nacional del Libro francés, a instancias del ministro de Cultura, Franck Riester, puso en marcha inmediatamente un plan específico de choque con cinco millones de euros para apoyar a autores sin ingresos y a las librerías y editoriales más débiles. El ministro de Economía galo, Bruno Le Maire, declaró que consideraba el sector prioritario.
En España la situación es muy inquietante. “Ser optimista, hoy, es ser idiota. La situación es difícil para todo el mundo, y el alcance del desastre, imprevisible”, me dice por teléfono Jorge Herralde, el decano de la edición española, recluido en su casa de Sarrià. A Herralde le preocupa que para salir de esta seamos capaces de concentrar esfuerzos sin batallas ideológicas, remando todos en la misma dirección. La Asociación de Cámaras del Libro de España ha advertido que, debido a la crisis sanitaria, está en riesgo la supervivencia del 70% de la industria del libro, compuesta por pequeñas empresas y autónomos.
A diferencia del francés, el actual ministro de Cultura español, José Manuel Rodríguez Uribes, se ha mostrado nada ágil y nada hábil a la hora de manejar esta crisis, dejando pasar un mes sin anunciar medidas específicas y levantando grandes protestas del sector. Rodríguez Uribes, político profesional socialista sin especial relación con la cultura, sustituyó en el ministerio a José Guirao, un gestor apreciado que sabía lo que llevaba entre manos. Distintas comunidades autónomas –Catalunya, Andalucía, Castilla-la Mancha– han sido más rápidas a la hora de lanzar mensajes de empatía y propuestas dirigidas al sector.
Posiblemente sea el momento de reactivar una vieja reivindicación: el “pacto de Estado” por la lectura y el libro. Lo habían solicitado en distintas ocasiones los editores españoles, y el anterior ministro, Guirao, se ofreció en julio a trabajar para conseguirlo, recordando que España es “una potencia lectora” y por tanto un pacto tiene más sentido que un plan, de los que ya hemos vivido unos cuantos que no han dejado demasiada huella. Más recientemente, en diciembre pasado –qué lejos queda diciembre–, el presidente del Gremi d’editors de Catalunya, Patrici Tixis, volvió a reclamarlo, denunciando que en los últimos años, debido a la parálisis política, se habían dejado de poner en marcha los diferentes compromisos anunciados por el Estado, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona con el libro y la lectura.
El sector del libro constituye la primera industria cultural española (el 1% del PIB, con 50.000 empleos) pero es también una señal de cultura y civilización insoslayable. Nuestros políticos deben decidirse ya a seguir el ejemplo de Alemania y Francia. Dentro de los diferentes acuerdos que por fin se están orquestando estos días en el terreno cultural, el pacto de Estado por el libro urge, y cada hora cuenta.