DOLORES REDONDO
Hace siete años que viví mi primer Sant Jordi. Publiqué El guardián invisible en el 2013 y en pocos días los lectores lo posicionasteis en las listas, muy arriba, y para cuando llegó el día del libro yo era una escritora novata obnubilada por la belleza de la celebración en las calles, por el olor de las rosas, por la sonrisa de los lectores, nunca había vivido nada igual. Hace siete años, Xavi Ayén me encontró desayunando en el hotel Regina, y debió de verme tan flipada, que me pidió que escribiese un artículo contando cómo vivía mi primer Sant Jordi. El día fue extraordinario. Tanto que titulé Cenicienta en palacio. Así me sentía, como alguien que se ha colado en una fiesta y disfruta de privilegios extraordinarios...
Hoy he contestado a muchísimas entrevistas y todos, sin excepción me han preguntado cómo fue mi día del libro en confinamiento y cómo creo que será el futuro... Para la primera, la respuesta es que no tenía muchas esperanzas de que pudiera ser bueno. Tenía miedo de no llegar a mis lectores, de que su abrazo y su calor se perdiera en la distancia; que no me llegara.
Me equivocaba. He pasado todo el día asomada a la ventana que los periodistas han abierto ante mí, en las redes sociales, en la radio y la televisión, y a través de estas páginas. A esta hora estoy feliz y estoy agotada. No ha sido como estar en las calles con mis lectores, pero sonrío mientras escribo. Y eso es mucho.
Para la segunda, ¿cómo será el mañana?, ¿será igual que antes?, ¿será distinto? Y esa normalidad tan mentada, ¿será normalidad normal o normalidad alterada?
Tengo un augurio, no me gusta ser pretenciosa, y no diré teoría, ni razonamiento, dejémoslo en augurio. Hay algo que sé desde que tenía cinco años. Sé lo que es el duelo, y sé que tendremos que afrontar uno, uno difícil, conozco sus negociados, sus fases y recovecos, y aunque ahora nos mantiene en espera, como una compañía de telefonía, vendrá. Para muchos es ya una realidad de seres queridos que no están, de puestos de trabajo que se han esfumado, de librerías como Los Editores, que echa el cierre definitivo, o como mi amiga Leticia a la que despidieron por teléfono el tercer día de confinamiento. Esos vacíos, esas persianas bajadas, esos lugares, serán nuestro duelo.
Hace unos días, cuando comenzó el confinamiento, una amiga me llamó para decirme, “éramos felices y no lo sabíamos, lo teníamos todo y no nos dábamos cuenta”. Sus palabras se mantuvieron flotando como un mal augurio. Y entonces me di cuenta de que no era así para mí, de que yo sabía que era feliz, aun creo que lo seguiré siendo, y es debido a que siempre he sido consciente. Yo sí me daba cuenta, siempre consideré extraordinario este día. Hace siete años fui Cenicienta en palacio y cada vez he sentido que obtenía un privilegio.
Creo que lo único bueno que me enseñó pasar por el duelo, fue entender que vivir es un privilegio, que todo es prestado, y si mi carruaje se convirtiera en calabaza al dar las doce, y no volviera a haber un día del libro como aquél, yo me sentiría siempre privilegiada por haber tenido la ocasión de vivirlo.