La Vanguardia

MIQUEL MOLINA

- Miquel Molina

El primer pensamient­o de este jueves no puede ser más funesto: es el recuerdo amargo de la lectura de anoche, el ensayo Pandemic que el filósofo Slavoj Žižek publicará pronto en Anagrama y que es una brutal y preclara disertació­n sobre el mundo que viene.

Además de la idea vertebral, temeraria pero bien defendida (estamos abocados a un nuevo comunismo o a nueva barbarie), Žižek esboza sugerencia­s para la tensa espera. “Cualquier cosa –dice– está permitida para evitar un colapso mental, incluso formas de autoengaño: ‘Sé muy bien… (cómo de grave es la situación), pero, sin embargo… (en realidad no me lo creo)’”.

Sigo el consejo y encaro el día pensando que, pese a todo, hoy estamos de celebració­n, así que las cosas no deben de ir tan mal. Incluso doy por buenas las rosas muertas que veo en mi Instagram. Y cuelgo la mía, precaria pero digna después de un filtrado mágico.

Alterno el teletrabaj­o con la promoción de mi libro en la red. Llego a pensar que, como mi ensayo narra la vida de aquel hombre momificado llamado Negro de Banyoles, haré un post sobre flores disecadas. Por suerte, me convocan a una teleconfer­encia y me olvido de enviarlo. Mejor no quedar como un enterrador de este entierro.

Mediodía. Prefiero no darle vueltas a lo que estaría haciendo ahora si todo fuera como antes. No me mortifico. A ratos me conformo con esta Diada domiciliar­ia. El maratón de los Sant Jordi presencial­es está sobrevalor­ado, siempre hay alguien a tu lado a quien compran más libros y le piden más selfies. Las fiestas estresan. Los mejores canapés son los más peligrosos, por movedizos. Te saludan por tu nombre y no recuerdas el suyo.

Ya queda menos. A las seis me conecto a un debate que mi editorial, Edhasa, ha organizado vía Zoom. Todos los autores tenemos detrás un fondo de libros, comprados cuando aún se podía. Neutraliza­dos

los libreros, hoy los ponemos nosotros. Esta mañana he visto un anuncio en Twitter de un plafón de cartón con una estantería pintada, llena a rebosar. Se vendía por 150 euros con la leyenda “Display fondo librería para videollama­das. Para actores, periodista­s y cómicos”. Seguro que el anuncio era tan fake como este Sant Jordi.

Empieza el debate y ya no queda rastro de mi propósito de autoengaño. Pienso que hemos cambiado el brillo nítido de la primavera barcelones­a por la imagen pastelosa de las pantallita­s donde mis colegas y yo, por turnos, impostamos un ánimo que no existe.

Encaro el día con pensamient­os funestos por culpa de un ensayo de Žižek , pero opto por recurrir al autoengaño: “Hoy es Sant Jordi”

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