La Vanguardia

CARLOS ZANÓN

- Carlos Zanón

Este año nos ha tocado ser el dragón en la cueva y no Sant Jordi. Por otro lado, hemos descubiert­o un nuevo servicio que dar a los libros. Reúnes tres o cuatro ejemplares, los apilas y sirven para alzar el móvil a la altura de tus ojos. Y es que, hasta hace nada no sabíamos de la existencia de Don Hangsout, el Señor Zoom y Milady de Instagram Live, pero ahora parece que no podemos vivir sin ellos. Y así, dragones en sus domicilios, heridos de nostalgia y con ganas de revancha en forma de calle, de gente, de libros y rosas. El sector de la cultura que gira alrededor del libro ha urdido un Sant Jordi a la medida de la situación. Aquí la cosa ya no iba de ventas sino de no dejarse llevar por la desesperan­za, de una cierta idea de solidarida­d hacia, escritores, lectores, editoriale­s. Sin ficción, sin libros, sin guiones la sociedad no hubiera aceptado quedarse en casa mirando las goteras de casa o Jara y Sedal 24 horas. Aceptamos la vida y el mundo si puede ser contado. Y eso pasa en los libros escritos por unos que editan otros y venden unos terceros. Y todos ellos pagando impuestos.

Un Sant Jordi tan extraño que nadie pudo escribirlo antes y tampoco apetecerá leerlo después. El coronaviru­s nos privó del único ritual catalán que en la actualidad no deja fuera a nadie. Y ayer nos conjuramos virtualmen­te para volver a las calles y a las librerías. El escritor Juan Gómez Jurado en una charla que tuvimos ayer dijo que “Sant Jordi es la experienci­a. En ningún lugar del mundo hay, alrededor del libro, algo como Sant Jordi” y creo que tiene toda la razón del mundo. Entrevisté de modo virtual a él y seis autores más. Con todos ellos –Arantza Portabales, Ibón Martín, Blas Ruiz, Álvaro Urbina, Rosa Montero y Susana Martín Gijón más el mencionado– hubiera seguido hablando muchísimo más. Y es que ni Chandler es infalible. Y en aquello, de si te gusta un libro, mejor no conozcas al autor, me permito llevarle la contraria. Claro que uno conoce autores insufrible­s, miserables o mezquinos pero son tan pocos que no me salen en el escáner. Más tarde, participé en una charla de Trescultur­a con la editora Montse Ayats y el librero Xavier Vidal. Las propuestas, las formas de adaptar el negocio van parejas con recomendac­iones de libros. Estoy seguro que nadie monta una editorial o una librería sin entusiasmo. Tampoco se puede escribir un libro sin él.

El coronaviru­s nos privó del único ritual catalán que en la actualidad no deja fuera a nadie. Y ayer nos conjuramos virtualmen­te para volver a la calle

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