La Vanguardia

VÍCTOR-M. AMELA

- Víctor-m. Amela

No podía ser un día más de confinamie­nto. He vivido incontable­s jornadas de Sant Jordi, y no olvido una en que me dije, con dieciocho años, en el centro de la plaza de Catalunya: “si tuviese una amiga en el extranjero, haría que viniese en este día y se enamoraría de Barcelona (y, un poco, de mí)”. Y así he vivido yo todos los Sant Jordi en Barcelona: enamorado de esta patria mía de los libros y las rosas, de las sonrisas y los besos.

No podía ser un día más de confinamie­nto. Salté de la cama a las siete menos cuarto, como en todos los Sant Jordi desde el 2010 (mi primero como autor): desde mi balcón vi despuntar el sol, a las siete en punto. Monté una mesita con mi último libro (y una rosa roja de madera del año pasado), y saludé al sol. Grabé el momento, lo subí a mis redes y anuncié que estaría –¡a cada hora en punto!– en mi Instalive, para hablar de libros, de libros que me han hecho feliz.

No podía ser, para mí, un día más de confinamie­nto. He vivido muchos Sant Jordi, cada uno con su pétalo y su lágrima, su licor y su gloria. He vivido ser ese lector que husmea libros y escruta rostros por si otea el de su escritor favorito (arrastrado por la riente riada humana en el paseo de Gracia, ¡ay!). He vivido ser, también, ese –¡exultante!– autor debutante en una caseta, y siguió un decenio de firmas junto a Ken Follet y María Jiménez (y Javier Sierra y Joan Margarit), y de abrazar y besar lo que no está escrito. Y he vivido –¿no fue un sueño?– unas nueve de la noche de un Sant Jordi (2016, con La filla de capità Groc )en que se me acerca Xavier Gafarot (de prensa de la editorial) con el móvil en la oreja y cuelga y dice: “la novela más vendida, la tuya”. Y un ramo de rosas nimba mi testa, y una me roza la mejilla y muerdo –¡muy fuerte!– su tallo.

Jordi Play saca la foto, y me veo en la apertura de esta sección...

He honrado siempre el día de Sant Jordi, todas mis células lo saben, y ayer le hablé al éter de Tom Sayer y Huckleberr­y Finn y Aureliano Buendía, de Federico García Lorca y el Grial y los siete sabios de Gracia, de Stevenson y Robinson Crusoe y Homero, de Graves y Koestler y Galdós, de tantos libros que me han ayudado a vivir más, a vivir mejor.

Y a las nueve en punto del crepúsculo de Sant Jordi he mordido –¡muy fuerte!– el tallo de la rosa roja como la sangre, el fuego, el corazón y la rabia.

Monté mesita en mi balcón y saludé la salida del sol, y lo grabé y anuncié que hablaría de libros –a cada hora en punto– en mi Instalive

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