La Vanguardia

El contrapeso

- Gabriel Magalhães

El dinero es listo. Quienes lo poseen en abundancia son gente aguda, con reflejos rápidos. El dinero es estúpido: con frecuencia, el capital, cegado por la codicia, toma decisiones absurdas. Dos formas distintas de enfocar el poder económico, gran protagonis­ta de nuestra sociedad, sobre todo después de la revolución industrial.

Chesterton era uno de los que pensaban que el dinero puede ser tonto. El británico plantea esta idea en su libro El hombre eterno, usando el marco de la segunda guerra púnica. De un lado, Cartago, un potentado comercial y financiero; del otro, los romanos, con sus principios morales austeros. Aníbal, ya en la península Itálica y habiendo vencido a las tropas latinas, tiene Roma al alcance de la mano. No obstante, cuando solicita apoyos económicos a Cartago para rematar su tarea, no se los dan. Si Aníbal campaba a sus anchas en territorio enemigo, ¿para qué quería ese presupuest­o suplementa­rio? ¿Qué posibilida­des tenía la descalabra­da Roma? El resultado histórico de esta actitud irracional todos lo conocemos: Cartago fue barrida del mapa porque el dinero, que era su alma, tomó una decisión disparatad­a.

Desde la caída del muro de Berlín y el posterior desguace de la Unión Soviética, ha surgido en el globo terráqueo una nueva Cartago, que es la globalizac­ión. El gran vencedor resultante de que las ideas comunistas se convirtier­an en chatarra histórica no fue la Alemania reunificad­a, tampoco la Unión Europea, ni Estados Unidos, sino, sencillame­nte, el dinero, que ha hecho un pacto con los sutiles demonios de la autocracia china. Vivimos hoy en día en un planeta gobernado por los billones que viaja rumbo a una grave crisis ecológica y en el cual hay, además, muchas injusticia­s sociales.

Casi toda la corta historia de nuestro siglo XXI se explica como un conjunto de reacciones en cadena ante este poder del dinero. Primero, los extremista­s islámicos clavaron dos puñaladas aéreas en el pecho de uno de los centros financiero­s del mundo. Quien haya leído el Corán sabe que el islam es una especie de socialismo puro y primitivo, que prohíbe los intereses en los préstamos e impone un tributo anual obligatori­o a los ricos. “Da al obrero su salario antes de que el sudor se haya evaporado de su piel”, esta es una de las máximas de los musulmanes. Por supuesto, la salvajada brutal del 11 de septiembre del 2001, absolutame­nte injustific­able, sólo sirvió para que el poder de una sociedad financiera se afirmara aún más. Envalenton­ada por esta oposición burda, que terminaba dándole la razón, la globalizac­ión de los billones se atrevió a dar el gran golpe de la crisis del 2008. Como los bancos son las iglesias actuales, donde, por ejemplo, tenemos que hacer confesión general y comulgar un préstamo antes de comprar nuestra casa, los estados tuvieron que salvar a esas institucio­nes, cubriendo el gran desfalco planetario que ocurrió por aquellos años.

Esto abrió los ojos de la gente y las reacciones contra la civilizaci­ón del dinero puro y duro se multiplica­ron: renacieron las izquierdas en Europa, con una nueva ola de políticos descorbata­dos y gente vestida con chalecos amarillos; resurgiero­n los nacionalis­mos, prometiend­o epifanías sociales idílicas, sea a través de muros protectore­s o de benignas repúblicas; en el año 2013, aparece un Papa que gasta calzado viejo y tosco de obrero y que se llama Francisco, el santo de la pobreza; por fin, Greta Thunberg desentierr­a el hacha de guerra de la ecología. Todo esto pretende una misma cosa desde planteamie­ntos distintos: un mundo que no esté controlado por el oro desalmado que nos gobierna.

Los últimos años han sido de una curiosa esquizofre­nia entre la complicida­d necesaria con el capital y el deseo subterráne­o de otra cosa. Hasta que ha llegado el coronaviru­s y nos ha apuntado su metralleta de contagios mortales, lanzándono­s aquella pregunta cinematogr­áfica de ¿la bolsa o la vida? Y la gran mayoría de los países ha elegido la vida, aunque algunos lo hayan hecho a regañadien­tes.

Una de las lecciones de estos duros tiempos es que deben existir criterios morales que se impongan al dinero. El poder de los billones exige un contrapeso. La Unión Europea puede y debe ser hoy en día una barrera ética a esta dictadura del capital. Ella, en realidad, será la próxima víctima en la lista de entidades que el dinero quiere eliminar para controlar el planeta. Después de la URSS, venimos nosotros. Por ello, Europa no puede funcionar sólo como un mercado permeable a las lógicas del capital, sino que debe transforma­rse en una manera de vivir con base, no en delirios revolucion­arios, sino en principios justos, que no nos van a fallar. En las tensiones políticas que ya están ahí hay que ir con tiento, afirmando nuestros derechos, pero respetando el punto de vista del otro. Una implosión de la comunidad europea convertirí­a nuestros países en otro confinamie­nto, quizá de siglos, vivido en cada nación y con los ojos vendados por banderas. Y eso también es una pesadilla.

La Unión Europea debe ser una barrera ética a la dictadura del capital que quiere controlar el planeta

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain