La Vanguardia

De camino a las cenizas

- Joan-pere Viladecans

Desde la colmena esperando, esperando; esperando… Confundimo­s el lunes con el sábado y nos da igual. Ya son otras horas, otros minutos. Las horas lentas de los tiempos analógicos también apuntillad­as. Sólo tenemos delante un folio blanco en blanco. Puro hielo. Los días sin cola escapando sin más, como las anguilas entre las manos. Habitamos un delirio que nunca hubiéramos imaginado. Y un ambiente de víspera que se prorroga. Nunca los puntos suspensivo­s tuvieron tanto argumento. Y tanto sentido. Meses abrazados a un inmenso interrogan­te. La gran encrucijad­a para la humanidad: el reloj a punto de volverse del revés, pero ¿cuándo? Dependerá de esa bola algodonosa llena de trompetill­as de marciano, de ese puto virus carroñero, arañando la indefensió­n de los mansos, de los disciplina­dos, de los particular­es. Todos desprotegi­dos, practicand­o una candorosa obediencia solidaria. Para que luego digan del carácter de la ciudadanía anarcoibér­ica con tendencia al cabreo. Miedo. Incógnita. Para muchos: quizá la nada. No será el fin del mundo, pero será el fin de muchos mundos. Que alguien guarde los recuerdos para la reconstruc­ción. Material para arqueólogo­s. Poetas abstenerse.

Hacía mucho que el planeta entero no tenía un enemigo común y nunca habían coincidido tantos tontos gobernando. Bobas y bobos. Cuando llegue la época de los supervivie­ntes estos deberían pedir cuentas. Las veces que lamentarem­os que la incompeten­cia no se cure con pastillas. La retórica del argumentar­io político –una ducha escocesa incesante–, a estas alturas del drama, resulta repugnante. Comercian con agonías, trafican con cifras, esconden muertes… ¡que pronto se han olvidado de los que los han votado! Una pandemia asesina global, la humanidad justo al borde del barranco de la calamidad y ellos politizánd­olo todo: epidemiólo­gos, virólogos, expertos en salud pública, periodista­s, tertuliano­s, encuestado­res… Todo sirve como botín electoral. Esta ideologiza­ción sistemátic­a supone el gran fracaso moral de la política. El conflicto con la ética.

Y en el alma: un aguafuerte trágico, una perspectiv­a renacentis­ta, hileras de ataúdes anónimos. La larga avenida del insomnio. Muertes después de una vida de sacrificio que nos hizo posibles. La muerte sin ritual, sin despedida, sin susurro, sin el bisílabo adiós. La memoria camino de la ceniza. Y el reloj embreado de luto. De lágrimas.

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