La Vanguardia

Biblioteca adentro

- Francesc-marc Álvaro

Dado que no puede salir a buscar novedades porque se ha suspendido la fiesta de Sant Jordi, decide dar un paseo por su biblioteca, construida volumen a volumen desde su adolescenc­ia, con la fascinació­n propia del hijo de una familia en la que los primeros libros que entraron en casa eran los de Círculo de Lectores y los que regalaban las cajas de ahorros. Se obliga a observar sus estantes llenos de libros como si fueran territorio desconocid­o, como si fueran objetos de otro mundo. Sí, como cosas de un planeta remoto. Es lo que serán el día que él estire la pata, momento en que el trapero se frotará feliz las manos.

Al empezar la ruta, encuentra las Joyas Literarias Juveniles, producto estrella de la Editorial Bruguera que convertía los grandes clásicos en historieta­s, incluido el Quijote. Recuerda cuando leyó, en este formato, Historia

de dos ciudades, de Dickens, una narración que te arrastra. Pero también disfrutó mucho con Miguel Strogoff, del gran Julio Verne, y con La isla del tesoro, de Stevenson. Esos tebeos (con portadas sensaciona­les de Antonio Bernal

y muchos guiones del añorado Víctor Mora) fueron la puerta de entrada a los otros libros, los que –en terminolog­ía de la abuela– “no tenían santos”. Hay que explicar a los jóvenes de hoy que esos santos no eran otra cosa que las ilustracio­nes, no imágenes pías.

A continuaci­ón, atravesand­o el pasillo, llega a la edición de bolsillo que puso a la venta Editorial Juventud de una obra que le marcó: Momentos estelares

de la humanidad, que muchos años después recuperarí­a el editor Jaume Vallcorba para su sello. El texto de Zweig contribuyó a definir su manía: se dedicaría a mirar el mundo y a explicarlo, porque sentía pasión por las peripecias de la gente y por las palabras. Si eso es periodismo o es literatura es un debate que, a los catorce años, se ahorró. Afortunada­mente.

En las repisas topando de cabeza, el hombre que viaja por su biblioteca ve ahora el lomo de una novela de Milan Kundera que fue el norte de su juventud, en muchos sentidos, algo que descubrió especialme­nte al abrazar la edad madura, bosque adentro que diría el poeta: La insoportab­le levedad del

ser. El checo da el triple salto mortal, con una narración que hace un corte transversa­l en el individuo contemporá­neo; parece una novela sobre la miseria del totalitari­smo pero es muchas cosas más, por eso todavía nos toca.

Y perdido en medio de tantas palabras y tantos muertos, el hombre invoca como un brujo tardío todos los dragones que –tarde o temprano– tendrán que herirlo.

Esos tebeos fueron la puerta de entrada a los otros libros, los que “no tenían santos”

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