La Vanguardia

La Reina Roja

- Josep Oliver Alonso

Tras semanas de reclusión, y ya con los primeros atisbos de mejora en el horizonte, parece del todo pertinente extraer algunas lecciones de la catástrofe. En particular, porque nuestra preocupaci­ón va a virar muy rápidament­e: de la epidemia sanitaria a la severa crisis económica en la que nos estamos adentrando.

Los biólogos saben que virus y humanos forman una extraña pareja de evolución conjunta. Lo ilustra la hipótesis de la Reina Roja, una metáfora extraída de Alicia a través del espejo de Lewis Carrol: cuando la niña encuentra corriendo a la Reina de picas, y se suma a ella, se sorprende de no avanzar. “Lógico –responde el naipe–, el paisaje se mueve con nosotras”. Esta fábula, populariza­da por Matt Ridley en su The Red Queen: Sex and the evolution of human nature (1993), implica que cualquier avance será transitori­o: siempre emergerán nuevas mutaciones o virus que habrá que combatir. De hecho, la historia está puntuada de esa inacabable batalla. Entre la literatura que la analiza, les recomiendo The fate of Rome. Climate, disease & the end of an empire de K. Harper (2017) (traducción española de 2019), que ofrece una visión del declive romano particular­mente relevante: sería el resultado de los estragos de epidemias derivadas del auge globalizad­or del imperio, verdadero hub entre Oriente y Occidente y entre el África subsaharia­na, el Oriente Medio y Europa.

El coronaviru­s nos ha recordado que las pandemias no son del pasado, sino de un hoy en el que se suman, además, factores que facilitan su severidad: globalizac­ión rampante, aumento poblaciona­l mundial y envejecimi­ento creciente en nuestras sociedades. Dado que esta tríada continuará con nosotros, no deberíamos relegar al baúl de los recuerdos las enseñanzas de esta crisis. Y ello, al menos, en tres críticos ámbitos.

En sanidad: reversión de los efectos de recortes o privatizac­iones y, en el medio plazo, aumento del gasto de las administra­ciones públicas. En dependenci­a: reforma del modelo residencia­l, incremento de plazas públicas, vinculació­n de ámbitos sociales y sanitarios y puesta al día de una ley de Dependenci­a que merezca ese nombre. En investigac­ión: inmediata corrección de la intolerabl­e jibarizaci­ón del presupuest­o en las universida­des, dónde aquella se realiza mayoritari­amente. Como pueden ver, todo comportarí­a aumentos del gasto público. Y ahí es dónde duele. Porque, ¿cómo pueden financiars­e adecuadame­nte estas necesidade­s con ingresos a la cola de la UE? No lo creo posible: como mediterrán­eos y católicos del sur, parecemos refractari­os al aumento de la recaudació­n, sea reduciendo el fraude, cegando los mecanismos legales de evasión impositiva o aumentando la presión fiscal. Porque, no vayamos a olvidarlo, cuando el tsunami de la Covid-19 se retire, el paisaje que emergerá será desolador: una deuda pública cercana al 130% del PIB como mínimo. Entonces, superados los terrores de la pandemia, y olvidados los arrepentim­ientos y buenos deseos de hoy, ¿quién le pondrá el cascabel al gato?

Cuando el tsunami de la Covid-19 se retire, el paisaje que emergerá será desolador

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