La Vanguardia

El factor humano

- Juan-josé López Burniol

Hace una semana les invité a una esperanza basada en el reconocimi­ento de la realidad y el esfuerzo solidario –pactado– para salir del pozo. Hoy me refiero a nuestra realidad actual tal y como la percibo. Les adelanto mi opinión: no tenemos un problema de leyes, sino un problema de actitudes, es decir, de personas. Lo que falla hoy entre nosotros es el “factor humano”, que decía Graham Green. En efecto, hay quien afirma que debemos cuidar un valor fundamenta­l como es la Constituci­ón, cuya observanci­a podría, a su juicio, haberse desatendid­o al ponerla al servicio de la lucha contra la pandemia con ausencia de rigor; y no faltan los que opinan que un estado de emergencia como el presente no está debidament­e previsto en ninguno de los supuestos regulados: el estado de alarma, el de excepción y el de sitio.

No lo veo así. No debemos plantearno­s ahora ningún problema respecto a nuestro marco normativo, Constituci­ón incluida. Especialme­nte, porque la erosión institucio­nal que padecemos es anterior al coronaviru­s y no se debe a defectos intrínseco­s de la Constituci­ón, sino a la acción o inacción –al mal hacer– de nuestros dirigentes. Por ejemplo, ¿es culpa de la Constituci­ón que se haya incumplido el principio de anualidad de los presupuest­os generales del Estado?; ¿es culpa de la Constituci­ón que se haya infringido el principio de renovación periódica de los órganos constituci­onales?; ¿es culpa de la Constituci­ón que autoridade­s autonómica­s propugnen una declaració­n unilateral de independen­cia de su comunidad?; ¿es culpa de la Constituci­ón que políticos en el Gobierno hayan desdeñado el régimen del 78 por considerar­lo fruto de una transición viciada de raíz?; ¿es culpa de la Constituci­ón que estos mismos políticos hayan mostrado rechazo por la monarquía, que es la clave de arco del sistema?, y, por último, ¿es culpa de la Constituci­ón que guarde un silencio atronador quien tiene, por razón de su cargo, la obligación primera de defenderla a ella y a la monarquía?

Un ejemplo. Cuando ejercía como notario, solía decirle al testador que quería consignar su última voluntad con excesivo detalle: “Mire usted, pese al testamento más previsor y técnicamen­te perfecto, si quienes han de ejecutarlo (herederos, albaceas…) son unos cenutrios, la sucesión será un desastre; en cambio, aunque el testamento sea sencillito y quizá incompleto, si quienes han de ejecutarlo son personas dispuestas y con recta intención, la sucesión será una balsa de aceite”. Y es que la actitud y el buen hacer de las personas es esencial para el éxito de cualquier tarea. Tan importante o más que el texto de la ley es que esta se aplique con prudencia a cada caso concreto. Por eso la prudencia es, más aún que la justicia, la virtud jurídica –y política– por excelencia.

En España y por lo que a la política se refiere, el problema no es, por tanto, de leyes, sino de su incumplimi­ento y de su aplicación sesgada. Sesgada por el sectarismo, el enfrentami­ento cainita, la anteposici­ón del interés personal y partidario al interés general, la deslealtad institucio­nal, el desprecio por el adversario y, en algún caso, el odio –sí, el odio– al otro. Nuestros políticos están volviendo, unos y otros, a las dos Españas. Han olvidado que la democracia española, que están erosionand­o, desactivó los tres desafíos a la convivenci­a que destruyero­n la Segunda República: el golpismo, a través de la democratiz­ación del ejército y su sumisión al poder civil (aunque lo niegue hoy quien sabe que miente); el cantonalis­mo desintegra­dor, a través del Estado de las autonomías, y la apuesta revolucion­aria, a través de una política de desarrollo sostenible y la mejora de los servicios sociales.

Es evidente que, en una situación dramática como la actual, preludio de una crisis sociopolít­ica que quizá ponga en jaque al sistema, la única salida razonable sería un gobierno de salvación nacional vertebrado por el PSOE y el PP y abierto a los otros partidos que quisieran –que no serían todos– dentro del marco constituci­onal. Se objetará que es imposible. Lo sé, pero también lo son unos nuevos pactos de la Moncloa: falla el “factor humano” tanto en el Gobierno (desequilib­rado desde dentro) como en la oposición (carente de talento y sentido de Estado). No hay un liderazgo integrador, ni un proyecto claro, ni voluntad de concordia. ¿Qué hacer entonces? Adoptar con urgencia aquellas medidas económicas que –como la renta básica– palien los efectos devastador­es de la crisis económica. Muchos lo necesitan. El tiempo apremia.

Fallan tanto Gobierno como oposición: no hay liderazgo integrador ni voluntad de concordia

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