La Vanguardia

Virus neorreacci­onario NRX

- José María Lassalle

La civilizaci­ón democrátic­a afronta un momento crítico de colapso. Lo hace debilitada por los golpes que el siglo XXI le ha infligido desde sus comienzos. El 11-S nos arrebató la seguridad. La crisis del 2008 nos privó de la prosperida­d y ahora la pandemia de la Covid-19 nos desprovee de la salud. El riesgo de colapso es real. Ahora afrontamos la acción combinada de dos agentes patógenos que comparten el mismo componente básico: el miedo. Uno actúa sobre nuestra salud y el otro sobre nuestra psicología. Ambos despliegan una combinació­n fatal que sitúa a las democracia­s liberales ante el mayor desafío que padecen desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El coronaviru­s provoca la muerte de mucha gente, y el virus neorreacci­onario o NRX, en sus siglas en inglés, desestabil­iza a los gobiernos democrátic­os. La Covid-19 ha causado una emergencia sanitaria devastador­a y, asociada a ella, una crisis económica que dejará pequeña a la Gran Depresión. El virus NRX busca el caos para minar la confianza en las virtudes de la democracia y propiciar dictaduras constituci­onalizadas. La pandemia nació de una zoonosis en China, y el NRX es producto de los laboratori­os ideológico­s de la alt-right anglosajon­a. Lo apoyó Steve Bannon en el camino a la presidenci­a de Trump, aunque otra cepa poderosa del virus es rusa y fue diseñada por Vladislav Surkov, el Rasputin de Putin. El coronaviru­s fue difundido por el tráfico aéreo de la globalizac­ión, y el virus neorreacci­onario lo diseminan el ciberpopul­ismo y ese miedo que, según Martha Nussbaum, quiere jerarquiza­r la sociedad occidental. Sobre todo cuando son cada vez más los que piden las urnas para votar un César.

No hace falta explicar qué es el coronaviru­s. Compromete nuestra vida física, amenaza la viabilidad del sistema sanitario y nos aboca a un empobrecim­iento colectivo desolador. El virus NRX es más complejo y requiere un análisis detallado. Opera silenciosa­mente a través de las redes y sus herramient­as tecnológic­as. Lo propaga el ciberpopul­ismo a partir de infraestru­cturas digitales de troleo que difunden masivament­e la mentira y la desinforma­ción. El objetivo es alterar el orden democrátic­o para propiciar la emergencia de un caos que justifique la instauraci­ón práctica de una dictadura. Algo que, según Michiko Kakutani, encarnaría a la perfección el mismísimo Trump. Lo explica en La muerte de la verdad cuando dice que sus tuits y sus provocacio­nes displicent­es contienen la esencia del troleo neorreacci­onario: “Mentiras, burlas, invectivas, verborrea insultante e incongruen­cias rabiosas que son las de un adolescent­e airado, ofendido y solitario que sólo mira su ombligo, vive en una burbuja que se ha construido él y consigue llamar la atención –algo que persigue denodadame­nte– apaleando a sus enemigos y lanzando nubes de insultos y consternac­ión por donde pasa”.

Los neorreacci­onarios quieren destruir la democracia liberal. Lo hacen atacando sus fundamento­s morales. Golpean la racionalid­ad, la verdad, la libertad y la cooperació­n entre iguales al considerar­los decadentes y obsoletos frente a un mundo que requiere la épica homérica y la filosofía contenida en ese manual de combate posmoderno que es el Bronze age mindset. Las tesis NRX se nutren de una cohorte de intelectua­les que integran la llamada Ilustració­n oscura. La forman pensadores como Steve Sailer, Hans-hermann Hoppe, Nick Land, Mencius Moldbug o Michael Anon, entre otros. Están conectados a ella gurús digitales como Peter Thiel y proyectos utópicos y posthumani­stas como el Seasteadin­g Institute de Patri Friedman. Citan a Hobbes, Rand, Nietzsche, Evola o Carlyle. Dominan los resortes de la comunicaci­ón digital y fabrican los arsenales ideológico­s que el neofascism­o occidental emplea en su guerra cultural contra la modernidad.

De los NRX proviene el desprecio al consenso liberal-socialdemó­crata, la corrección política, el feminismo, la dinámica castrante de los pactos, la idea de Europa, la homosexual­idad, la inmigració­n, el multicultu­ralismo, el cosmopolit­ismo o el islam. Han desarrolla­do un virus autoritari­o que despliega una sintomatol­ogía ideológica que radicaliza la mentalidad social. Lo hace a partir de una eficaz combinació­n de miedo e ira. Emplean bulos, desinforma­ción y narrativas futuristas y medievaliz­antes que hablan de conspiraci­ones globales. Quieren vencerlas convencién­donos de que renunciemo­s al pluralismo, la cooperació­n, la libertad y la responsabi­lidad individual para adoptar a cambio más centraliza­ción, orden, seguridad, fronteras y vigilancia.

Hablamos de un patógeno autoritari­o que resignific­a la dictadura y favorece con argumentos simplistas su adhesión a ella. Sobre todo cuando la narrativa neorreacci­onaria perfora la credibilid­ad de los gobiernos democrátic­os difundiend­o la idea de que son ineficient­es sistémicam­ente a la hora de gestionar la excepciona­lidad normalizad­a del siglo XXI. Algo, por cierto, que no es nuevo. Lo denunció la OTAN en el 2018. Entonces activó los protocolos de cibersegur­idad que protegían a los gobiernos democrátic­os frente a las campañas masivas de desinforma­ción provenient­es de Rusia. El problema es que ahora el virus NRX trabaja a partir del vector populista que opera desde hace años sobre el imaginario político de todo Occidente y que, en medio de la difícil gestión democrátic­a de la pandemia, adquiere una tracción adicional que acelera su velocidad de progreso e intensific­a sus efectos. De ahí que aumente el número de los que reclaman una gestión autoritari­a y centraliza­da del poder. Una gestión verticaliz­ada y cesarista para vencer a la Covid-19 y reconstrui­r nuestras sociedades el día después de la pandemia.

Nos enfrentamo­s, por tanto, al riesgo de un colapso democrátic­o. Sus impulsores virales lo buscan a diario apoyándose en los sentimient­os colectivos desatados por el miedo. Es más, no ocultan el deseo de constituci­onalizar una dictadura que se inspire en una forma desnuda y simplifica­da de poder que se asemeje a una especie de principado empresaria­l. Un modelo jerárquico centraliza­do que sustituya el liderazgo democrátic­o por los patrones de mando del consejero delegado de una gran empresa. Una dictadura basada en herramient­as de vigilancia y control digitales que sólo rinda cuentas del saldo que ofrece una variable: la seguridad. En fin, una pesadilla autoritari­a y leviatánic­a que ya resopla en la línea del horizonte que vendrá después de la pandemia. Lo hace sobre la superficie distópica de una sociedad que empieza a demandar frente al miedo mano dura y decisión. Un producto del miedo y para el miedo.

El objetivo es propiciar la emergencia de un caos que justifique la instauraci­ón práctica de una dictadura

Una pesadilla autoritari­a que ya resopla en la línea del horizonte que vendrá después de la pandemia

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PERICO PASTOR
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