La Vanguardia

Las rainbow sorbet

- Núria Escur

Yen este decorado de cartón y marmotas no hubo fiesta ni libros ni rosas en la calle. Incluso eché en falta el tenderete de universita­rios que perseguían al transeúnte, dando la lata, cada año, con ansias de recaudar para el viaje de fin de curso. A medida que pasaban las horas te vendían la rosa más barata…

Mi padre nunca le compró la rosa de Sant Jordi a mi madre. Le bastaba con salir al jardín, acercarse al rosal del fondo y cortar una para dársela después. Eran unas rosas medio amarillas medio naranjas, de pétalos abiertos y generosos, esas rosas de jardín que cuando has olido una vez ya no las olvidas.

Alguien que no recuerdo me contó que las rosas de la infancia, con reborde naranja a fuego, eran las rainbow sorbet, algo así como rosa del arco iris. Una especie híbrida. Sus límites brillaban como si el rubor les subiera por los pétalos. No eran las que más me gustaban –no eran las blancas elegantes, las del vecino–, pero anteayer no las vi desde el balcón y, ya saben, no añoras hasta que pierdes. Últimament­e, el Gayxample está algo tristón y muy atónito.

Debieron pasar muchas madrugadas para que, como a muchos, me sorprendie­ra otra rosa, esta vez literaria. La de Gertrude Stein, que un día homenajeó Mecano: “Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa”. Stein, grande y gorda, que un día de charla con su amigo Hemingway le soltó aquello de “sois todos una generación perdida” como una lindeza más y así acuñó la expresión lost generation, nunca pudo quitarse la maldita rosa de encima…

Cuando ya nos habíamos creído que ese aforismo era el colmo de la exquisitez, un profesor de universida­d nos corrigió. Las caídas de caballo pueden ser luminosas. No, aquello fue fruto del azar, como el descubrimi­ento de la penicilina.

Gertrude Stein sufría palilalia, un trastorno del habla que se caracteriz­a por la repetición involuntar­ia y monótona de la misma palabra o de la misma sílaba. Rosa rosa rosa rosa. Me gustó saberlo, la humanizaba.

Así que, anteayer, sin rosa real ni libro de papel en la calle, me volví a acordar de mi padre subiendo a zancadas las escaleras que separaban el jardín del comedor, dejando una rosa de color indefinibl­e, tallo corto, en un vaso de agua.

Jardines privados y biblioteca­s particular­es, hoy patrimonio autóctono universal.

Estoy deseando que esto acabe para acercarme al parque de Cervantes, el reino de las rosas, al encuentro de algún ejemplar de rainbow sorbet.

Stein sufría palilaia, la repetición monótona de una palabra; de

ahí salió su rosa

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